Desde que el hombre es hombre y la mujer es mujer se ha cantado y se ha hecho música. Las letras de las canciones populares son sencillas y pegadizas y repiten patrones melódicos. En los cancioneros recogidos por nuestro Martínez Tornel y Pedro Díaz Cassou o Alberto Sevilla se aprecian figuras literarias que nos retrotraen al Arcipreste de Talavera e incluso al Libro del Buen Amor. Poetas como Jara Carrillo y Frutos Baeza, Vicente Medina o Sobejano, mezclan poesía culta con romances en dialecto murciano creando una literatura regionalista que nos aporta información muy valiosa sobre la mentalidad de género que se ha ido recreando a lo largo de los siglos.

En las letras y en los significados de metáforas, hipérboles, alegorías o comparaciones se esconde la visión androcéntrica del mundo, que establece los comportamientos, los roles y las funciones que considera innatas a cada sexo, en la construcción cultural de cada momento histórico. En tiempos de la dictadura franquista, esas letras, que hasta entonces estaban cargadas de símbolos que nos acercaban a la literatura de la Edad Media y del Siglo de Oro, se simplifican.

Como historiadora me acerco al cancionero tradicional murciano, buscando una fuente de información para la investigación de mentalidades y la construcción de la identidad de género que tan difícil es de rastrear en la historia oficial. El reconocimiento por parte de las ciencias sociales de la realidad de las mujeres en la historia ha supuesto un cambio global del paradigma y una nueva forma de interrogar a los documentos, tras comprobar que la unilateralidad del discurso androcéntrico en el que el varón es la medida de todas las cosas ya no tiene sentido y además es falso.

Según la teoría Queer, es a los cinco o seis años cuando los niños y niñas toman conciencia de la tipificación sexual. Los roles y estereotipos se fijan en lo masculino o femenino de forma excluyente y las canciones de juego refuerzan ese papel sexual que es necesario aprender para encajar en el contexto cultural en el que se vive. Los elementos que la teoría Queer ha detectado en la música tradicional, con respecto al género están basadas en la supuesta debilidad de las mujeres, tanto mental como física. En esa debilidad, la figura masculina aparece como necesaria para defender y proteger a la mujer, el hombre vive alejado del entorno familiar pero lo domina desde esa distancia física, la mujer tiene miedo a la ausencia del hombre y ellas se describen en función del marido, del padre o del elemento masculino al que se someta. Además el físico de la mujer es el motivo principal para conseguir un objetivo. Es el arma usada por ellas.

El cancionero del siglo XIX bebe de la tradición del siglo anterior, es rico en información tanto para sus coetáneos, como para nosotros, los que vivimos en un mundo digital y globalizado. Sin embargo los cancioneros difundidos por la Sección Femenina fueron simplificados para que no supusieran un peligro ideológico, censurando y eliminando todo lo que pudiera ser contrario a los ideales del franquismo.

Con respecto a las mujeres, unos y otros trasmiten los mismos valores. Los relacionados con los ritos de tránsito femeninos: bodas y bautizos, tareas domésticas y maternidad. Para ello la educación segregada por sexo fue fundamental a la hora de marcar conductas y para que la sociedad percibiera la realidad a través del ideario civil y del religioso establecido. El espacio lúdico era y es el perfecto para trasmitir los mantras que a repetir y que quedan marcados en la memoria para siempre. Los juegos de corro y de comba son femeninos en su mayoría.

Mientras que a los niños se les permite correr, saltar, las niñas cantan, cuando mucho saltan a la comba y más tarde juegan al elástico. Las niñas no se despeinan, no se manchan el vestido, no se suben a los árboles y en seguida aprenden a realizar labores manuales, bordado, costura que les obliga a estar sentadas. Mientras, los niños aprenden en la escuela hasta que se van al servicio militar, y las jóvenes los esperan. Es una división del mundo que se recrea constantemente, con una violencia simbólica hacia las mujeres, una obligación al sometimiento de manera tranquila y soterrada pero constante y a la que muy pocas mujeres se han podido evadir. Las mujeres de forma mayoritaria han asumido ese rol y han interiorizado que ese es su lugar en el mundo y no otro.

Las coplas no son inocuas o inocentes, sino que han sido un medio de reproducir y perpetuar una 'correcta realidad' y para criticar los comportamientos socialmente incorrectos. Actúan como un discurso ideológico de valores, costumbres y moral. El siglo XIX, donde la incultura y el analfabetismo en el mundo rural era alto, y los eruditos locales que se dedicaron a recopilar música tradicional ya la perciben como algo antiguo, como algo relacionado con sociedades agrarias pasadas y muchas veces ellos mismos en sus publicaciones reconocen que no reproducen ciertas coplas por su vulgaridad o simpleza. De modo que la música que nos presentan, y que nos ha llegado, está filtrada por los urbanitas que salían al campo de 'misión'.

Sabemos que a Murcia, durante la Semana Santa, las Fiestas de Locos en Navidad o por el Corpus eran contratadas familias enteras de músicos y bailarines (hombres y mujeres, por tanto) muchos de ellos de origen morisco, que bajaban desde el Valle de Ricote. Aquellos eran los más apreciados y los más caros.

Para la Iglesia católica medieval, siguiendo a San Pablo (que no tenía especial cariño por las mujeres) la mujer debe ser objeto de las creaciones artísticas, literarias y musicales, pero no sujeto. Quizá por eso las creadoras han estado en el anonimato, han sido atacadas o han utilizado seudónimos para poder publicar y difundir sus obras.

No es, por tanto, extraño que el mundo de la música tradicional de transmisión oral o incluso las coplas y romances que se refieren al mundo femenino hayan sido escritas y descritas desde una óptica masculina: las actitudes, comportamientos, las relaciones con el hombre, la madre, la compañera, y lo que ha recorrido la historia de la música y la literatura: la dicotomía entre los defectos inefables de las mujeres como perdición del mundo y la necesidad irremediable de amarlas como divinidades. La dicotomía entre Virgen y Eva. La madre, en la imagen de la Virgen es la representación del amor puro, generoso, desinteresado y a ellas casi se las venera como a santas. Si ellas faltan en la familia es una catástrofe que rápidamente haya que sustituir. La compañera, la amada, hechiza y tiraniza al hombre con el amor que le provoca; por lo tanto, lo lleva a la perdición. En el lenguaje muy masculino de la música y de la literatura medieval y barroca, el hombrelucha, conquista, domina y somete a la mujer que él ha decidido amar. Para esa conquista el hombre lanza piropos sobre sus ojos, su pelo, su boca, su cintura, la llama morena, elogia la blancura de su piel....

Las mujeres son responsables, en toda la literatura del Siglo de Oro de la locura de amor en la que caen los hombres. El objeto de amor del que se habla en la música tradicional es silencioso . En la mayoría de los casos ellas no tienen nada que decir, salvo en las coplas ya del siglo XX, cuando con tono de humor las mujeres van demostrando su hartazgo ante el patriarcado milenario. En la música tradicional, al repetir las letras de épocas pasadas y al haber cambiado tanto el contexto nos resultan anacrónicas y fosilizadas. Dura tarea de investigación para los intérpretes actuales de música popular. En las sociedades agrícolas, como ha sido la nuestra hasta bien entrado el siglo XX, los lazos con la tradición siguen siendo muy fuertes y la mujer lucha por pasar de objeto a sujeto rompiendo los modelos tradicionales.

En los estudios de música tradicional de universidades, fundaciones, del CSIC o de investigadores como Caro Baroja o Alan Lomax es fácil percibir que eran ellas las informantes Las mujeres son las que mantenían la memoria de la música no religiosa, la popular y quizá la más rica, ya que los modelos estáticos e inmutables que, por ejemplo, trasmiten los Auroros no nos han legado tanta información histórico-etnográfica como las canciones de corro, de siega, las parrandas, las jotas, los romances, los cuentos, las nanas, en resumen lo que las mujeres han custodiado.

En esas letras aparecen los estereotipos que la sociedad ha mantenido desde el despertar de los tiempos: una buena mujer debe saber cocinar, coser, cuidar a niños, a enfermos y ancianos, debe saber lavar, mantener el fuego encendido, hacer las tareas del campo o del oficio que tenga el hombre de la casa y a falta de éste, encargarse de los negocios familiares. Debe ante todo, callar y obedecer y tener un buen carácter, ser fiel hasta la muerte y ser amorosa con los hijos.

El rol cultural tradicional al que estaba (o está, ya lo dudo) sujeta, le ofrecía varias posibilidades de vida. La primera de todas el matrimonio, también podía ser monja, prostituta, ejercer un oficio siempre relacionado con la salud y los cuidados: matrona, curandera. También podía ser una mujer echada a perder y convertirse en artista liberal: puede escribir libros, hacer música, bailar por un sueldo. Con el desarrollo de la industria la mujer sale de la casa y se incorpora a las fábricas y talleres, empieza a tener un dinero propio que normalmente utiliza para hacerse el ajuar si no está casada o para contribuir a la economía familiar. Ellas no ocupan ningún cargo de responsabilidad en esos talleres y son las primeras en ser despedidas cuando el trabajo escasea. En una sociedad muy estricta y prejuiciosa con las mujeres, éstas pueden expresar su opinión en las coplas, aunque sea de forma cómica, socarrona y algo vulgar. Lo que oculta las realidades de una mal matrimonio, una economía ajustada o un ambiente familiar complicado.

Los mayores méritos de la mujeres citados en la trasmisión oral de la cultura son el sufrimiento, el sacrificio, el trabajo, el silencio, la inocencia que llega a ser bobería y por supuesto la belleza. Si la tradición se mira a través de las gafas de los hombres, siempre se verá una realidad subjetivada y tamizada del mismo modo. Al abrir la mirada, al hacerla panorámica y no direccional, la riqueza de contenidos simbólicos de las letras de las coplas, que hemos escuchado mil veces, aparece ante nuestros ojos como reveladoras de un tiempo no tan lejano ni tan simple.