Ahora que Shakespeare ha dejado de ser un autor europeo, la estampida causada por esta tragedia cultural no debe despistar sobre los enclaves a salvaguardar. En este escalafón, Gibraltar es lo de menos. La obsesión con la colonia británica más diminuta de España olvida la sacudida del brexit sobre los gigantescos emplazamientos ingleses en el litoral español. El Peñón supone apenas una mota de polvo, por comparación con la implantación masiva de expatriados del Reino Unido en Cataluña, Levante, Andalucía, Baleares o Canarias. Todos ellos dejarán de ser europeos el 29 de marzo del año próximo, brexit mediante.

Las comunidades británicas instaladas en cualquiera de esas regiones eclipsan a los 35.000 habitantes de Gibraltar. Es contagioso el fervor que anida en el pecho de los dirigentes políticos que, de repente, urgen a sus conciudadanos a que defiendan la españolidad del Peñón con su sangre. No con la sangre de los políticos, ya demostró Michael Moore que ningún congresista estadounidense tenía un hijo en Irak. La posibilidad de una reedición de las Malvinas contra idéntico enemigo inflama los pechos de los líderes de PP, Ciudadanos y su hermano mayor, Vox. Para entibiar los ánimos, cabría recordar que Borges sugería a Isabel II que librara su agradecimiento y la encomienda aristocrática consiguiente al general Galtieri, por los servicios rendidos al imperio británico en la guerra perdida.

Sobre todo, la concentración en Gibraltar desvía del problema auténtico, mucho más deslocalizado. Un solo súbdito británico, el magnate Richard Branson, es propietario de más superficie de Mallorca que los seis kilómetros cuadrados cubiertos por el Peñón. En concreto posee nueve, concentrados en el municipio de Banyalbufar y con una kilométrica línea de costa que propiciaría una hipotética invasión. Es cierto que los nativos han librado una resistencia guerrillera. El alcalde del municipio citado ascendió a portada de Le Monde, investido como el nuevo Astérix que se enfrentaba a los titanes imperiales. Por desgracia, siempre hay un día después en la vida de los héroes, y el munícipe acabó de empleado del creador de Virgin.

La suma de hectáreas en fincas, chalés y apartamentos donde luce la Union Jack superaría en tamaño a una provincia española. Su naturaleza de fuerza invasora viene avalada por ofertas inmobiliarias donde se hace hincapié en que «en esta urbanización puede vivir sin saber una palabra de español». En cuanto pierdan el pasaporte comunitario, se quedan sin atención sanitaria privilegiada y sin medicinas, pasan de soberanos a inmigrantes sirios. Se acabó el llegar al hotel y arrojarse por el balcón, desde la confianza en que el país anfitrión enjugará las facturas de UCI.

Theresa May acaba de declarar orgullosa que los europeos dejarán de 'saltarse' la fila de inmigración en los aeropuertos del Reino Unido. «Ya no sucederá que los ciudadanos de la UE, al margen de las cualificaciones que tengan, puedan pasar por delante de ingenieros de Sidney o urbanizadores de Delhi». Desde el clasismo y la cortedad de miras habituales en los poderes coloniales, la premier británica olvida que sus compatriotas se arriesgan a penurias similares en los países que han invadido pacíficamente, aunque los salvadores sobrevenidos del Peñón hablarán con más fundamento de una sinuosa infiltración.

Dado que Gibraltar no es el problema, como mínimo debería servir para dar la voz de alerta sobre la magnitud del desafío. La inconsciencia española en torno al grado real de interpenetración con Inglaterra se mide en la semana de letargo transcurrida tras la publicación de los 600 folios del acuerdo de divorcio entre UK y UE. Solo un alma ideológicamente cargada defenderá que la detección del artículo trampa, menos el 184 que el 3 donde se inscribe al Peñón como parte del Reino Unido, ha sufrido mayor tardanza con el PSOE que con el PP. La única certeza es que Rajoy no hubiera adoptado medida alguna tras el descubrimiento del engaño. Al revés, se hubiera limitado a sostener que el articulado no modificaba la situación en el vértice meridional de la Península, por lo que no correspondía emprender iniciativa alguna.

Por lo menos, Sánchez ha reaccionado a la tardía lectura, y se ha plantado ante colegas europeos enfurecidos al contemplar la osadía del pipiolo. La crisis no sorprendió extrañamente a Josep Borrell negociando la compraventa irregular de acciones, sino de viaje en Cuba, una ausencia que ha escandalizado a la diplomacia española. Una vez encauzado el trauma mínimo, el Gobierno puede centrarse en los 250.000 británicos residentes en España. Multiplican por ocho la población del Peñón, superan en demografía a once provincias. La independencia es siempre una utopía.