La verdadera herencia que recibimos no la constituyen las propiedades o el dinero que los padres dejan a sus hijos e hijas. El auténtico legado son las raíces.

Los recuerdos compartidos con nuestros mayores, las palabras escuchadas de labios de nuestros abuelos y abuelas constituyen una riqueza que en muchas familias cada generación ha ido transmitiendo a las siguientes. Los hechos relatados por ellos, y que pasamos a interiorizar, son los cimientos sobre los que construimos nuestra identidad.

Pero la mitad de la población española carece de esas raíces, de esos cimientos en que asentar la construcción de dicha identidad; la mitad de nuestro país vive en un régimen de orfandad.

La infancia de muchas personas de mi generación transcurrió en una época de silencios, sí, una época de temores y silencios€ Porque en los años cincuenta y sesenta no se podía hablar acerca del pasado. De este modo, quien nació en esa época, nació sin historia. Sin historia reciente. Se ignoraba casi todo sobre la infancia y juventud de los padres, las madres, de los abuelos y abuelas, mientras que en la escuela se aprendía a recitar de corrido la lista de los reyes godos o la historia de los traidores, que vendidos al imperio romano, acabaron con la vida del rebelde Viriato.

A veces, alguien elevaba un poquitín el volumen en medio de las conversaciones que en voz baja sostenían las personas mayores, y alguno de nosotros, de nosotras, cazábamos en el aire algún fragmento de conversación, algún dato que nos hacía que aumentaran nuestras irresolutas incógnitas sobre los tiempos de ayer. Semilla de la curiosidad que en un tiempo futuro trataríamos de satisfacer.

En un Bachillerato en que no se concluía el estudio del texto de Historia, porque durante el curso nunca se pasaba del tema del reinado de Fernando VII, se ignoraba que antes de «la república ésa de los rojos» había habido otra república en España, y que una reina había sido expulsada del país para volver su hijo, en la conocida como Restauración Borbónica, a hacerse cargo del trono. Y en ciudades como la de Cartagena, que tanto decía enorgullecerse de su pasado, y en concreto del papel desempeñado en la insurrección cantonal, ¿quién sabía lo que era una república federal?

Pero había quien, a veces, entre tanto silencio, tras tantas medias palabras, se podía enterar de algo, podía llegar a sospechar parte de la verdad de esos hechos cuyo conocimiento se nos estaba hurtando. A veces, en el seno de algunas familias que no callaban del todo, en algunos hogares en que se levantaba un poco la voz, alguien se enteraba de haber tenido algún abuelo o algún tío rojo; alguien llegaba a conocer que había habido un enorme número de personas represaliadas en nuestro país, personas entre las que se contaban poetas, científicos, pedagogos, mujeres brillantes que habían sido silenciadas y relegadas al puesto de mujer humillada y sojuzgada.

Durante los últimos años muchos investigadores han ido dando a conocer esa parte de nuestra historia silenciada, han desvelado la existencia de la Institución Libre de Enseñanza, han rescatado la memoria de las mujeres más notables de nuestra historia en el campo filosófico, literario, pedagógico, artístico€ gracias a la iniciativa de las asociaciones de Memoria Histórica, estamos recuperando parte de nuestras raíces, para poder reedificar nuestra identidad en base nuestro pasado€ gracias al trabajo de búsqueda en esos archivos que se abrieron al público tras tantos años inaccesibles para su consulta, estamos consiguiendo reconstruir el relato de una historia mutilada, de un país sin pasado reciente que, por fin, está empezando a construir un relato veraz sobre la existencia de un gobierno democrático que fue violentado por unos golpistas apoyados por el fascismo internacional.

Y cuando, por fin, empezamos a mostrar nuestro orgullo por ese pasado, quienes creíamos que habían marchado pero nunca se fueron, vuelven a salir de su escondite y alzan ante nuestras narices de nuevo el muro de la mentira y la falsedad, haciendo correr falaces interpretaciones de la historia con la ilusión de que, a fuerza de repetirla una vez y otra, esa mentira acabe por convertirse en verdad.

Pero es imposible. La ignorancia de nuestro legado histórico ha dado paso al ansia de su conocimiento, y la verdad de los republicanos exiliados, de los presos represaliados, de los opositores torturados, de los fusilados sin garantías procesales, de la grandeza de nuestros intelectuales, de nuestros pedagogos progresistas, de nuestras luchadoras feministas, de nuestros demócratas luchadores contra el fascismo, de nuestros ciudadanos víctimas de una dictadura de cuarenta años, ya no se puede negar.

Ladran, luego cabalgamos, es un dicho popular.

Son coletazos del monstruo de una ideología obsoleta que intenta ahogar con sus gritos irracionales el discurso de una corriente imparable de descubrimiento de la verdad, de una verdad que no se puede ocultar.