e Pedro Soler, periodista abaranero fallecido esta semana y al que le profesaba un entrañable aprecio desde mis primeras experiencias profesionales en esto del periodismo, siempre me sorprendió su peculiar lógica en algunas de sus expresiones. Bueno, de lógica, lógica, poca. Más bien su gusto por lo absurdo, quizá porque su espíritu libertario le permitía reírse de lo político, cultural o artísticamente correcto. Y desde esa perspectiva acertaba siempre, ya que al final de nuestra vida, como de la suya, nos juzgarán (si hay que hacerlo) por lo que hemos amado, por lo que hemos contribuido a la felicidad de los otros, por el verdadero legado fruto de la existencia, que no es otro que lo vivido con intensidad con uno mismo y con quienes nos rodean.

Con esa mirada pícara, con las gafas en el borde la nariz y su caliqueño entre los labios, Perico siempre advertía con sorna aquello de «cuando ganen los nuestros?», presagiando una vuelta de tuerca de la realidad, pero nunca ofrecía una respuesta sobre qué es lo que iba a pasar. Al contrario, completaba el mensaje con una pregunta con molla al cuestionarse aquello de «pero ¿quiénes son los nuestros?». Ya quedabas muerto del todo. Porque es una verdad que en la mayoría de las ocasiones no sabemos quiénes son esos a los que incluimos en la categoría de los nuestros frente a los otros, en quienes depositamos expectativas, respuestas condicionadas y favores devueltos. En realidad, los nuestros no existen más que en el mundo de los deseos, en una esfera irreal que escapa a nosotros mismos.

Algo similar es lo que sucede con los guiones que constituyen nuestra vida, los que creemos que nos configuran como persona. Valga de ejemplo con esa búsqueda continua de la felicidad para estar a gusto con nosotros mismos. Pero como podemos suponer, esto no cuaja, porque no siempre estamos bien. Tratamos de resolverlo explorando culpas y culpables, y cargamos pesadamente con aquellas.

A menudo esos guiones se nos han impuesto y, lo que resulta más grave, es que nos empeñamos en participar de ellos y que los demás sean quienes los dirijan. Buscamos esas supuestas seguridades con respuestas predeterminadas, desde el papel de niños buenos, padres estupendos, trabajadores dóciles o ciudadanos políticamente correctos con el sistema.

Si paradójica parecía la contestación de Perico Soler no resulta menos paradigmático hallar que la respuesta más adecuada es la de pararse, detenerse, mirar hacia dentro y ser consciente de lo que tenemos. No podemos vivir con el guion que se nos ha impuesto. Necesitamos experimentar noches de oscuridad y, desde una perspectiva nueva, diferente, desdoblarnos y contemplar esos guiones con claridad. Es como esa imagen desprendida que sale de nuestro cuerpo, se coloca en paralela al plano real y nos mira con ternura, compadeciéndose ante lo que ve.

Concluir, en definitiva, con el convencimiento de que nadie es responsable de nuestra felicidad. Entonces descubrimos que los nuestros están aquí. Dentro de nosotros. Como Perico, junto a quienes viven cada día la vida con intensidad, como si fuera el último para gozar.