Es posible que un perfume se llame Les Fleurs du Mal? Al parecer, sí. Me he enterado por una historia que me ha contado una amiga. Hacía tiempo que habían dejado de fabricar su perfume favorito, el que había usado desde muy joven, y no conseguía encontrar ninguno parecido. Un día se encontró por casualidad con una amiga de la adolescencia, en realidad, su única amiga del instituto.

Llevaba muchos años sin saber de ella y su memoria había borrado casi todos los recuerdos de aquel tiempo convulso. Las separó la distancia y el deseo de explorar nuevos mundos. Y con los años se evaporó hasta la fragancia que habían compartido cuando se escondían en oscuros jardines para fumar y leer a Baudelaire. Mientras hablaba pensé que la vida en su eterno cambio se nos escapa más allá de nuestro conocimiento, y eso era triste.

Me contó que era el Black Friday y las calles estaban intransitables. Se sentía harta. El autobús tardaba tanto en llegar que decidió coger un taxi para volver a casa, pero camino de la parada pasó por delante de una perfumería y sintió el impulso de entrar. Hacía tiempo que quería probar un perfume que, según dice, solo venden allí. Lo probó, pero no era lo que estaba buscando. Una pena, pensó. Por cortesía siguió a la dependienta por los pasillos mientras le ofrecía algunas muestras. Como parecía muy entusiasta, se atrevió a contarle su problema y le explicó cuáles debían ser los ingredientes imprescindibles del perfume que buscaba. Entonces, la dependienta, que la escuchaba con mucha atención, se puso de puntillas para alcanzar un frasco de la parte más alta de la estantería, lo abrió y le perfumó diciéndole que le iba a encantar: «Pruébalo y luego me cuentas».

Ya en el taxi y mirando a la calle repleta de gente que se cruzaba en las aceras con abrigos y paquetes en los brazos, mi amiga se sintió muy pequeñita de repente, como Alicia cuando encoge, y supo que era el suyo. No me dijo qué recordó, solo que, por un instante, libre de fatiga y tristeza, podía saborear el aire del otoño al otro lado de la ventanilla y era el mismo de su adolescencia. El cristal, que antes mostraba una vida ajena, parecía ahora una pantalla que iluminaba lo ausente, el recuerdo al que la vida está unida. Al día siguiente volvió a la tienda, compró el perfume y una vela con el mismo olor, que encendió en su casa, en el rincón donde se sienta a leer.