Cuando se habla de maternidad subrogada se suele poner el foco en el deseo de las parejas de tener descendencia, los padres y madres 'comitentes' (uno de los eufemismos utilizados), con toda su carga emocional, son el centro de atención. Las mujeres que prestan su cuerpo para gestar los hijos de otras personas suelen quedar en un segundo plano, muy alejado de la ternura, el deseo y el anhelo de los pagadores de este servicio. El sufrimiento físico y psicológico de las que prestan su cuerpo no es relevante, ellas no ponen dinero, sólo su aparato reproductor, y ésta es una categoría inferior. Pero el elemento que queda definitivamente fuera del plano es el producto de esa transacción económico-sentimental: el bebé. Cuando un recién nacido es separado de forma traumática de su madre se produce lo que se conoce como herida primal, una pérdida equivalente a que la madre muera durante el parto. Que una madre, por los motivos que sea, no quiera o no pueda hacerse cargo de su hijo es algo que le puede pasar a una criatura; los eventuales padres adoptantes serían los encargados de reparar ese daño con su amor.

Pero en el caso de los vientres de alquiler, esta violencia está prevista, consensuada y contratada, para mayor comodidad de los padres 'de intención', al objeto de evitar que la madre genere un vínculo sentimental hacia el recién nacido. El que un bebé sea separado de la madre nada más nacer es para la criatura una herida y la huella de ese dolor permanece. Hace pocas fechas se ha llevado con éxito al parlamento regional murciano una propuesta de modificación de ley que garantice que los neonatos puedan permanecer junto a sus madres 'piel con piel' nada más nacer. Según esta propuesta, el contacto madre-hijo favorece la estabilización de las constantes vitales del bebé, de su temperatura corporal y de su ritmo respiratorio. Por el contrario, la separación del bebé recién nacido del cuerpo de su madre, da lugar a gritos de angustia, búsqueda de la posición fetal y otras conductas propias de la percepción de peligro del bebé: patrón de 'protesta-desesperación'. (1). Según el pediatra Ricardo García de León, «que madres e hijos no se separen tras el nacimiento es una norma clara biológica. Todos los mamíferos la cumplen. Las primeras horas son clave para que un recién nacido se pueda adaptar a su nuevo medio de vida» (2). Este derecho natural se está hurtando a los nacidos mediante maternidad subrogada. Una violencia, en el caso de los vientres de alquiler, que es ejercida por aquellos que han pagado por ser padres, inaugurando con ella el vínculo paterno-filial.

Todas las personas tenemos derecho a conocer nuestro origen. Es un derecho reconocido por la mayoría de las legislaciones y garantizado por la Convención sobre los Derechos del Niño. Los niños y niñas adoptados pueden, si así lo desean al ser mayores, conocer quiénes son sus padres biológicos, rastrear su origen. A veces es difícil, sobre todo en las adopciones internacionales, pero no imposible. En la mayoría de los casos de los vientres de alquiler, este derecho es conculcado. La madre es conminada a desvincularse por contrato de la criatura y ésta ya no puede tener opción a saber cuál es su origen, nunca podrá saber quién ha sido su madre. La máxima latina mater semper certa est ya no es válida. Cuando un derecho no es universal, sino que es aplicado de forma arbitraria, entonces se convierte en un privilegio y un privilegio es una gracia que obtienen quienes pueden pagarla. En el caso de los niños y niñas nacidos merced a la gestación subrogada, sus derechos están siendo sistemáticamente cercenados.

Hay otro derecho que la práctica de la maternidad subrogada se lleva por delante: el derecho a filiación. Este derecho se da de forma natural de madre a hijo y de hijo a madre, es inalienable e intransferible, al menos lo ha sido hasta ahora. Pondré un ejemplo: el derecho a voto es un derecho personal e intransferible, ninguna persona puede cederlo a otra ni siquiera en el caso de que no vaya a hacer uso de él. Imaginemos una sociedad donde los mejor situados económicamente pueden decidir comprar el derecho a voto de personas más pobres. Nos parece inconcebible, ¿verdad? Y sin embargo algo aún más grave se está dando en el caso de los vientres de alquiler, en un tema tan sensible como la gestación de un ser humano. ¿En qué momento hemos decidido que este hecho pueda ser posible? ¿de qué manera tan sutil e imperceptible la lógica del mercado ha tomado esta decisión por nosotros y nosotras? ¿cómo es posible que haya gente que se haya dejado convencer con tal facilidad?

La publicidad de una clínica ucraniana de gestación por sustitución dice lo siguiente: «Nuestras donantes saludables, jóvenes y muy atractivas son un gran orgullo de nuestra clínica. Las madres de alquiler están bajo el control y tutela de los coordinadores durante 24 horas al día, por eso la clínica es responsable no sólo del estilo de la vida, sino también de la alimentación y exámenes médico necesarios para su tranquilidad y de la madre subrogada». Asusta ponerse en la piel de una de estas mujeres que han de ser «saludables, jóvenes y muy atractivas» para ser luego controladas y tuteladas por la clínica, estas mujeres híper hormonadas que van a gestar una criatura para inmediatamente entregarla a otras personas. Se da además la circunstancia de que, en muchos casos, el parto es programado o incluso se realiza una cesárea, al objeto de que los pagadores del servicio puedan estar durante el alumbramiento, porque ellos son los más importantes: son los inversores. No se tiene en cuenta que inducir el parto, cuando no es imprescindible, conduce a un mayor sufrimiento fetal así como a riesgo de hemorragia posparto. Lo más difícil de imaginar es cómo será un postparto sin bebé en el que las hormonas indican a la madre que el hijo está muerto. Tras entregar al bebé, las mujeres pueden sufrir remordimientos, trastornos emocionales y depresión. Será problema de ellas ya que la transacción acaba con la entrega de la criatura, por tanto la posterior atención médica que ella pueda necesitar no es asunto de los 'comitentes'.

Podemos decir que el cuerpo de las mujeres es el terreno donde pueden confluir todas las violencias. La última de esas violencias, los vientres de alquiler, está intentando pasar el filtro social poniendo el foco en las parejas que no pueden gestar y ocultando de forma torticera los sufrimientos de las madres de alquiler y de los bebés fruto de esa transacción. De nosotros depende que esa nueva violencia no se normalice porque si aceptamos la conculcación de derechos humanos como el de conocer el origen, el de filiación y el derecho natural del bebé a estar en contacto con el cuerpo de su madre nada más nacer, si aceptamos la mercantilización de los cuerpos de las mujeres como un elemento más del mercado, habremos perdido una batalla fundamental de los derechos de las mujeres en particular y de los derechos humanos en general.