La definición del término rufián nos habla de él como: «Hombre vil y despreciable que vive del engaño y de la estafa». Y en absoluto se nos ocurre pensar que los que llevan el apellido Rufián tienen algo que ver con esa definión. Por supuesto que no, pero Gabriel Rufián, este hijo y nieto de trabajadores de Alcaudete (Jaén) y Turón (Granada), más independentista que los que inventaron el independentismo, este Rufián dedicado ahora a la política de altos vuelos, tan altos que es portavoz adjunto de ERC (no sé qué pensaría de él un señor como Josep Tarradellas, el último gran líder de ese partido) sí que nos hace pensar, intervención tras intervención en el Parlamento, tras cada uno de sus shows, que la gente que ha de soportar sus impertinencias de mal educado se acuerde de la definición que la RAE hace de su apellido.

Su aparición en el Parlamento español la vistieron algunos como la llegada de la gente normal, de los que no habían hecho de la política su vida. De los que llegaban a la política para darle otros aires. Como si toda la 'gente normal' fuese mal educada y grosera. Como si toda la 'gente normal' fuesen unos ignorantes que solo saben fabricar titulares con voz impostada para despertar las pasiones de los que en las redes sociales les hacen el juego a personajes como él que, a falta de una mayor capacidad argumentativa, se dedican a lanzar frases hechas y proclamas incendiarias para que el mucho ruido de sus intervenciones, impida captar las pocas nueces de su ignorancia supina.

A este Rufián de aire provocador, tabernario, pelín macarra, le cabe el dudoso honor de ser el segundo diputado (el primero fue otro especialista en montar espectáculos parlamentarios, el popular Vicente Martínez-Pujalte, en 2006) expulsado del hemiciclo por la máxima autoridad de la Cámara por su comportamiento barriobajero y faltón hacia el ministro de Exteriores, Borrell, durante la sesión de control al Gobierno. Sí, la semana pasada, Ana Pastor, presidenta del Parlamento que ya debía de estar muy cansada de las boberías de este inmaduro, tras llamarle tres veces al orden lo expulsó del hemiciclo, en aplicación del artículo 104 del reglamento de la Cámara Baja y le impuso «la sanción de no asistir al resto de la sesión».

Joan Tardà, portavoz de ERC en el Congreso, no ha sido un parlamentario cómodo nunca, pero ha sabido guardar las formas. Ahora bien, al parecer, cuando el tema a tratar en el Congreso necesita 'músculo', o sea, pocos remilgos de cortesía parlamentaria, deja el trabajo sucio a Rufián para que monte los espectáculos que monta y diga las barbaridades que dice. Pero a mí me extrañaría mucho que Tardà forme parte del club de fans de Rufián. No lo creo. Lo que ocurre es que precisa de las cosas del siempre malhumorado diputado porque los independentistas de cuna también necesitan a los sobrevenidos para conseguir sus ensoñaciones. No hemos de olvidar que Gabriel Rufián pertenece a la plataforma Súmate creada en 2013 por castellanohablantes que apoyan la independencia de Cataluña. Así es que gracias a ese posicionamiento por la autodeterminación de Cataluña fue situado como cabeza de lista para las elecciones generales españolas de 2015, siendo elegido diputado, y es que cuando el PSC estaba en su apogeo, los emigrantes, y no solo los andaluces, votaban en masa a dicho partido. Ahora, cuando el PSC no levanta cabeza después del Gobierno de Montilla, que dejó todo en las manos de ERC en el Gobierno tripartito de 2003, porque los necesitaba para gobernar (aquella lección debería de servir a los socialistas para no cometer el mismo error con Podemos), el que en las listas de ERC figuren hijos de emigrantes es muy importante para atraer a un electorado que se sintió defraudado con el PSC, que aún se siente defraudado, y que ahora no sabe donde situarlo.