Adiós, periodista. Bien sé que nunca te gustaron adioses sublimes ni despedidas solemnes. Por eso voy a tratar de no ser excesivo en mi texto para glosar tu marcha hacia ese Sitio hacia el que tú vas ahora. Aunque aspiro a que tú me perdones por intentarlo. No se te puede definir con objetividad, porque tu afecto cercano y culto ganaba todas las batallas de la relación, antes de establecerse.

Tu aspecto de cowboy retirado con tu barba rala, corpachón de buenazo y, sobre todo, tu sombrero de ala sobre las gafas finas, sin cerco en las lentes, eran tu seña de identidad externa. La interna, ya la he dicho. Ninguna de las dos hacía falta para esta atristada etopeya que me atrevo a pergeñar. Y perdón por el palabro: etopeya. Tu formación filológica ya ha captado la osadía, y te veo mover la cabeza desaprobante. Pero no la quito. Y eso que no he añadido los tirantes, que te reforzaban la imagen de cuáquero laico del Medio Oeste, siempre afanado en los quehaceres de la tribu común. La tribu, enunciada sea esta palabra con admirativo elogio, eráis (sois) los periodistas de Cultura y de toda otra suerte. Amabas la Cultura, y ésta, en silencio, te correspondió siempre con los numerosos lectores que, semanalmente, conseguías.

Bien documentado, con rigor, el gusto formado con los mejores maestros€ A propósito, ¿has visto ya a Ramón? Seguro que sí, y andaréis ambos por esas alamedas romanas que hay en el Cielo. Luego, se os reunirá Martínez Tornel. No sé si serás capaz de andar, ni siquiera en el Cielo, sin una carpeta debajo del brazo. Una carpeta de la que rezuman papeles de notas y borradores de lo que te llevas entre manos.

Allí, te veo ahora sentado en alguna cafetería de Santa Catalina, bien acompañado, conspirando algo a favor de la Cultura en Murcia. No de la cultura murciana, que es algo que no existe, según convinimos un día no me acuerdo dónde. Acaso sea el tiempo de agradecerte, uno por uno de los que podemos ser algo en ese mundillo cultural, el tiempo que nos dedicaste, y la atención rigurosa por lo nuestro, que tantas veces demostraste.

Yo lo hago en mi nombre, y siento algo más que satisfacción por ello. Espero que este sentir se repita. Tú, ya desde arriba, verás todos los corazones, mejor aún de lo que los veías, aquí, a ras de suelo. Y sabrás lo que sentimos con tu marcha todos nosotros. Porque tanto como tu amabilidad pesaba tu sinceridad de hombre sencillo, de pueblo. Supiste ser alguien que no perdió la gracia del pueblo, a pesar de doctorarse en las siempre procelosas aguas de lo urbano.

En fin, Pedro, que te vamos a echar de menos, en esas páginas de tu periódico, siempre atento a lo que pasa, distinguiéndolo de lo que simplemente acaece. Pues eso, adiós, hermano.