Ferdinad de Saussure es uno de los padres del Estructuralismo, cosa que sorprendería a nuestros prebostes de Educación si se tomaran la molestia de examinar su currículum pues no entenderían que tal lujo cupiera a un estudioso del sánscrito. Claro que quizá ignoren las aportaciones del Estructuralismo a las Ciencias, incluida la Informática, por poner un ejemplo sencillo.

Saussure acuñó el concepto de 'espíritu de campanario', que en su origen se refiere a la tendencia conservadora del lenguaje, manifestada en la reiteración de la misma solución lingüística a semejantes problemas comunicativos. Frente a ello se contrapone la fuerza de intercambio, que permite la evolución de la lengua y evita su anquilosamiento. Nada extraño a los estudios tanto sociológicos como genéticos que consideran la potencia evolutiva de la exogamia frente a la endogamia que propende al colapso y la extinción.

El término 'aldea global' es una metáfora paradójica de los fenómenos sociológicos derivados de las conexiones que permiten los medios telemáticos contemporáneos. La fuerza centrífuga de la globalidad frente a la centrípeta de la aldea. Si trasladamos a la política de este país el término imaginario de la metonimia es, antes que aldea, villorrio.

Hace poco, Albert Rivera se enfundó su zamarra de líder desacomplejado de la derecha y se plantó en Alsasua para homenajear a la Guardia Civil y señalar que cualquier agresión a un guardia civil es un ataque a la Constitución. Sin restar méritos a la Benemérita, su apelativo es fiel reflejo de los servicios al poder que desde su creación ha venido prestando el instituto armado fundado por el duque de Ahumada, con independencia del régimen político, a veces heroicamente y en otras, no tanto. Verbigracia, hay casos en que la defensa de los Derechos Humanos consagrados en la Constitución no ha sido su fuerte, fuere por que no correspondía por su dependencia jerárquica de regímenes autoritarios o porque la guerra sucia no es confesable, ni siquiera contra el terrorismo en tiempos del general Galindo en el cuartel de Intxaurrondo.

Pero también puede mencionarse a contrario sensu el caso del general José Aranguren y el coronel Antonio Escobar al mando de la Guardia Civil en Cataluña en el golpe de Estado de julio de 1936. Sin escatimar el elogio a sus esforzados miembros que desempeñan su trabajo mucho mas allá de los magros sueldos que perciben, no creo que sea cosa de abrazarse al primer cabo de la guardia civil que encontremos en los caminos, pues lo primero que hará será sospechar de nuestro nivel etílico y nuestras aptitudes para la conducción. Una imagen paradójica es la estatua dedicada a Antonete Gálvez que preside una recoleta plaza de Torreagüera en la que se encuentra el cuartel de la Guardia Civil: el héroe del Cantón Murciano que resistiera en Cartagena mira de soslayo a quienes fueran sus captores, ¡póstuma ironía!

La sentencia del caso Alsasua, aún pendiente de recurso, demasiado especulativa en las valoraciones de la prueba indiciaria para lo que debe ser un relato de hechos sin dudas ni incertidumbres, en cambio las despeja todas en su consideración de que no fue un supuesto de terrorismo, sino de uno de los que hoy llaman pomposamente delitos de odio; ni más ni menos que unas lesiones. De manera que el moderno líder naranja se comporta igual que aquellos a quienes critica: burdo postureo político.

El espíritu de campanario no puede estar en la solución del conflicto nacionalista en Cataluña, en el País Vasco ni en la España más recalcitrante, presta siempre a enviar los tanques para acabar con las cucarachas. Hay mucho de ese espectro pueblerino en aquellos que reclaman contra la supuesta tiranía estatal y pretenden la independencia de un reino en el que personalizan todos sus complejos, cuando sus líderes demuestran más maneras de sabandija. No son buenos tiempos para la democracia, mas tampoco parecen propicios para aventuras a lo Robinson Crusoe, aislados y perdidos del mundo. Las instituciones europeas, repletas de demócratas de salón y de burdos defensores del gran capital, aún son garantía de modernidad y del imperio de la ley.

Los soberanistas hablan de derechos y libertades con argumentos demagógicos. Reclaman un derecho a decidir que es esencia de la democracia, pero quieren imponer sus soluciones aplastando a quienes no piensan como ellos, igual que desde ciertos sectores populistas se habla de respeto a la Constitución y a las leyes por quienes no dudarían en imponerlas por la fuerza de las armas ni en encarcelar a todos los disidentes. Por suerte, no hay cárceles para tanto delincuente ni la solución final del opositor es aceptable en sociedades que olvidaron pronto el porqué de la Segunda Guerra Mundial.

Por si no fuera suficiente, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condena a España porque Otegi no tuvo un juicio justo. Una magistrada que lo enjuició no cumplía con la imparcialidad necesaria en un tribunal de Justicia. Al margen de las simpatías que despierte el personaje, la garantía del procedimiento es un cimiento esencial del Estado de Derecho. Lo que prueba la sentencia, en definitiva, no es que España sea antidemocrática ni que la Justicia española esté cuestionada en su generalidad. Nuestro país tiene suscritos convenios internacionales que han permitido al batasuno recurrir ante un tribunal internacional y enmendar las arbitrariedades en que un tribunal nacional pudiera haber incurrido. Las garantías procesales tienen la finalidad de proteger los derechos humanos; la inmediatez del juez no puede excusar la imparcialidad, que ha de extremarse siempre, porque el prejuicio es indefectiblemente enemigo de la Justicia.

Un efecto terrible del terrorismo es haber conseguido que los españoles veamos a los nacionalistas como enemigos de la patria. Otro fracaso es pensar que la lucha antiterrorista es una guerra en la que se puede hacer elusión de la ley y de sus garantías. En democracia no se puede excluir al contrario, ni tampoco condenarlo como anatema, pues la discrepancia es un derecho y el debate de las ideas, un valor tan fundamental que es la base imprescindible del sistema político.

El lema de Obama era precisamente un canto a la fuerza potencial de la civilización: yes, we can! Pero si pensamos con el espíritu de campanario, jamás llegaremos más allá del horizonte que atisba nuestra miope mirada. La fuerza del intercambio, el debate de ideas es el único camino hacia el futuro.