El nuevo 'hombre del saco' está sentado ante la pantalla de un ordenador relamiéndose al pensar en la próxima pieza que se va a cobrar. Es un depredador, un lobo con piel de cordero que sale de caza cada día. Es el monstruo que hay que abatir porque abusa de su fuerza y su posición prevalente para causar daño a su víctima. No tiene empatía ni corazón, por más que baje la cabeza cuando le detengan y solo le mueven sus propios intereses.

Así es el que hace unos días secuestró y violó a una joven en Madrid después de atraerla con engaños, otro de esos que se agazapan y se escudan en una imagen gris de hombre corriente. Su mente sucia y perversa se alimenta de niños inocentes con ilusiones, que cometen el error de equivocar con quiénes deben compatrir sus confidencias.

En la España de los setenta y los ochenta, los chiquillos teníamos pavor a 'la mano negra', el coco o al Tío Saín, que no eran sino las metáforas que nuestros mayores empleaban para advertirnos de los abusadores y violadores que ha habido siempre.

Aquellos salían de oscuros callejones y bosques sombríos, pero además de esos caminos, los de ahora está también recorren el tejido de araña de internet, donde hay vías más intrincados y difíciles de localizar para la gente de bien.

El Sacamantecas de hoy no es ya el viejo de mirada torva con cuya imagen nos amedrentaron y protegieron nuestros mayores, sino un individuo cualquiera que te cruzas por la calle y de quien siempre dirán los vecinos, cuando lo detenga la Policía, que parecía una persona corriente.

Al igual que hace décadas nos narraron los cuentos de los hermanos Grimm, de Samaniego o de Andersen, también los chavales de ahora necesitan que les expliquemos que no lo saben todo como pretenden, especialmente sobre cuando los delincuentes coetáneos utilizan para seducirles las mismas armas que ellos emplean para divertirse.

La práctica de infundir miedo en los niños tiene el propósito de hacerles entender que tienen que hacer caso de nuestros consejos y alejarles de situaciones y personas que les pueden perjudicar, con la mitología como herramienta o con la cruda verdad: ahí fuera hay demonios que les acechan y que esperan un instante de vulnerabilidad en el que aprovecharán para hacer vivir a los más románticos, sensibles o aventureros, una pesadilla que podría ser la nuestra.