El encanallamiento que se ha apoderado de la política española no tiene parangón ni en relación a otras latitudes ni respecto de otros tiempos de este país. El insulto, la mentira, la descalificación arbitraria, la bronca macarra, incluso las amenazas, cubren la vida institucional de un magma envilecido. No conozco ningún Parlamento del presunto mundo civilizado en el que el líder de la oposición asegure que el presidente del gobierno está perpetrando, en el preciso momento de la intervención parlamentaria, un golpe de Estado. Efectivamente, Casado y Aznar acusaron a Pedro Sánchez, no sólo de haber alcanzado de manera ilegítima el gobierno(para la derecha el único gobierno legítimo es el propio), sino de ser un criminal que protagoniza un acto de fuerza contra la democracia. El bloque de derecha, en fin, considera que quienes participaron en la moción de censura a Rajoy son golpistas.

Este discurso tiene una inferencia inquietante: puesto que quien gobierna España es un delincuente que pretende acabar con la Constitución por la vía violenta e ilegal, cualquier 'alzamiento' contra ese gobierno estaría perfectamente legitimado, pues no tendría otra finalidad que la de acabar con la 'rebelión' en marcha. Éste es el argumento que emplearon los golpistas del 36 para levantarse contra la República. Y más o menos la justificación que empleó hace unas semanas el guarda de seguridad que, arsenal de armas en ristre, pretendía atentar contra el presidente.

Y es que la triada que conforma la derecha española (PP, Ciudadanos, Vox), si bien no creo que tenga la intención de implantar una dictadura fascista clásica, ciertamente se ha adentrado en un territorio por el que transita, armada con un discurso populista de ultraderecha, camino de una democracia autoritaria en la que todo vestigio de contrato social y Estado de Derecho estén en proceso de extinción.

Y aquí lo tienen relativamente fácil por la existencia de lo que se ha dado en llamar sociología franquista, que no es otra cosa que la pervivencia de actitudes, ideologías y sujetos políticos de la dictadura en el seno del Régimen del 78. Lo cual revela que si una democracia no se construye sobre el ajuste de cuentas con el fascismo, éste se instala como un alien en el seno del nuevo orden democrático, colonizándolo y finalmente emergiendo tras romperlo.

Las tres derechas carecen de propuestas tangibles que presentar a la gente. Apelan al mundo de los símbolos y las emociones más primarias, buscando la adhesión de las personas más vulnerables culturalmente. Así, invocan permanentemente la unidad de España como finalidad última de sus proyectos políticos, pero entendida esta unidad en el sentido catastral del término, es decir, como si España fuese simplemente una gigantesca finca cuya propiedad indivisible ha de permanecer siempre en manos de quienes históricamente han sido sus dueños: los poderosos. Las condiciones de vida y trabajo de la gente que ocupa ese espacio, las relaciones entre los distintos pueblos que lo habitan, son cuestiones secundarias y molestas frente al valor moral trascendente de la unidad territorial.

Dicen ser los genuinos garantes de la Constitución frente a populistas y separatistas (de quienes serían rehenes los socialistas de Sánchez), pero no sólo no condenan el franquismo, sino que jalean y ensalzan a personajes que protagonizan exaltaciones de la dictadura y sus crímenes, en manifestaciones públicas que en otros países están expresamente prohibidas.

Insisten en considerarse los guardianes de la Constitución cuando en su lucha contra los salarios y los servicios públicos quiebran la economía social de mercado que refleja nuestra ley de leyes.

Se envuelven, en fin, en la Carta Magna mientras presumen de tener controlados los más altos tribunales(ésos que luego juzgan sus corrupciones sin fin), en un cínica burla del principio de separación de poderes. Y cuando tienen tiempo y poder, recortan derechos y libertades.

Asistimos a una paradoja histórica: es la izquierda la que ahora abandera la democracia liberal y el contrato social. Nuestra derecha se ha asilvestrado y discurre por los siniestros derroteros de un franquismo en diferido.