El control mental del ser humano ha sido una constante en la historia de ese mismo ser humano. El controlar a las masas es prioritario para cualquier ideología, fe, estado o estructura de poder. No importa cómo. En los años treinta, los Estados totalitarios, fascistas y comunistas, desarrollaron órganos represivos y desinformativos de control, como el KGB soviético o las SS nazis (aquí importan poco las izquierdas o las derechas, si no los métodos) en que sometían a su ciudadanos a un control absoluto de su libertad de pensamiento para luego llegar a su libertad física e integral. Pero no podían llegar a toda la ciudadanía por completo ni podían manipularlos individualmente persona a persona. Tenían un límite, que eran sus propias fronteras. Si querían expandirse en los países democráticos, como el ejemplo comunista, debían introducir agentes que formaran grupúsculos de pensamiento único, dirigidos a fomentar y difundir su inyectada ideología. No critico aquí la ideología, si no su absolutismo.

Hoy, sin embargo, ya no existen límites técnicos ni humanos para controlar mentalmente a la gente. Gracias al Big Data, a los sistemas de redes, a la inteligencia artificial (y artificiosa) o al aprendizaje automatizado, entre otros, por primera vez empieza a ser posible hackear a las personas, influir en su pensamiento, manipularlo e incluso decidir por ellos mismos. Tal capacidad existe, y es mundial, como Internet. El mejor ejemplo lo tenemos en el terrorismo islámico. El arma más poderosa del Isis no es la fuerza militar, si no la red mundial y sus técnicas de captación. Pero eso no queda ahí, si no que llega a todo ser humano de toda democracia a través de la nueva manipulación soviética ( Putin) con el empleo de las más modernas técnicas (trolls) para la difusión de noticias falsas, incluso personalizadas por grupos de pensamiento humanos.

Nosotros nos dejamos en las redes a través de los móviles y ordenadores que usamos constantes retazos de nosotros mismos con que se elaboran perfiles sociales, y con ellos un monstruoso mapa biométrico de toda sociedad, de todo país, de todo continente? Ese inmenso poder informático permite que se nos pueda manipular y controlar a través de nuestras tendencias, de la manera más sutil y artera y de la forma más efectiva que nunca se haya conocido ni podido imaginar siquiera. Y no es ciencia-ficción. Hoy (y es un ejemplo muy simple, pues hay muchos y mucho más sofisticados) todo el mundo recibe la oferta de un servicio de remisión de noticias (sean éstas verdaderas o falsas). Es gratis. Bueno, usted paga con su atención. Y hay medios para captar la naturaleza de las noticias que a usted le interesan específicamente. Ese es nuestro talón de Aquiles. Todos tenemos nuestras personales tendencias. Con ese caballo de Troya se pueden introducir manipulaciones en la conducta humana a través del falseamiento de noticias.

Sigamos con el desarrollo de tal ejemplo: una persona partidaria de la línea dura contra la inmigración recibe una noticia sobre inmigrantes que violan a mujeres. Con esto se alimentan y refuerzan las actitudes xenófobas. O supongamos que a otra persona que piensa que todos los antiemigración son fascistas, se le envía la noticia de blancos neonazis que atacan y palicean a emigrantes o a extranjeros en el Metro. No solo la primera noticia provoca la segunda, como reacción, si no que crea una polarización extremadamente tóxica y dañina en la sociedad. Así, se dan suelta a las de un tipo u otro, según el resultado que quieren obtener determinados y oscuros intereses. Nosotros, el ciudadano de a pie, somos la caña, el sedal, y el cebo.

Todo esto, aunque no queramos reconocerlo, está ocurriendo en el mundo. Y mucho. Así se ha obtenido el poder para un orangután peligroso como Trump en un país como América, y así se consiguió el Brexit en el Reino Unido, y así están accediendo el fascismo y el populismo más retrógrado en las viejas democracias europeas, y así se está alimentando el problema catalán y otras escisiones nazi-onalistas, y así se está dirigiendo nuestra atención a unos u otros conflictos, según convenga a los que conviene. Y el caso es que no podemos largarnos a una de las lunas de Marte o vivir aislados en una cueva de un monte. No es posible ni tampoco es la solución. Yo, que me repito más que el ajo, siempre digo que el antídoto es la cultura, pero no la mediática, que es subcultura, si no la auténtica; no la estrecha, si no la ancha; no la de con minúsculas, si no la de con mayúsculas. Pero expertos y sociólogos empiezan a decir que se limiten los tiempos, que se diversifiquen los temas, que se busque la variedad en temática y monotemas, que se esté abierto a todo y cerrado a nada, que se amplíe la atención y no la encerremos, entre otras cosas. Que nos enriquezcamos y no nos empobrezcamos mentalmente.

Es posible, no lo sé. Lo único que digo es que nunca hemos estado tan cerca del universo orwelliano como en la actualidad. Que jamás me he sentido tan acosado por el mundo del pensamiento único como hoy. Las dictadura ya no están en los sillones presidenciales. Están en el aire.