Mi amigo Dani es un fenómeno, un pelín obsesivo, pero eso le sirve para esforzarse con ahínco en conseguir todo lo que se propone, sin dar rodeos, sin excusas, sin marear la perdiz. Se pone a ello hasta que alcanza su objetivo y cuanto antes, mejor. Otra cosa es cuando coge una guitarra. No es que se le dé especialmente bien eso de rasgar las cuerdas, pero tiene su gracia cuando se pone en plan rumbero y empieza a repetir una y otra vez mientras le atiza al instrumento: «El tomateeeee, ¿qué tiene el tomateeeer?». Esta semana lo he visualizado en modo artisteo a raíz de un reportaje que he visto en televisión sobre la roja fruta y sus propiedades.

El programa comparaba los distintos tipos de tomate en función de su precio y su calidad y concluía que, como en tantas otras cosas, nos dan gato por liebre. No digo yo que nuestra alimentación no sea algo importantísimo, pero ver cómo le dedicaban media hora en prime time a este producto me recordó a Dani con su guitarra y me hizo pensar en que nos enredamos y atascamos en cosas superfluas que nos venden como relevantes cuando, en realidad, son anecdóticas. O peor, se dedican a despistarnos y marearnos dándole mil y una vueltas a asuntos de importancia que se abordan cíclicamente, pero que luego se eternizan y quedan en poca cosa. Asuntos que suenan repetitivos hasta el hartazgo o que arrancan una media sonrisa al escucharlos una y otra vez sin que conduzcan a nada, como mi amigo y su tomateeeee.

Menudo rollo para comentar que tantas veces nos han engañado con lo de que viene el lobo, que ya no me creo que la terminal de El Gorguel sea un proyecto creíble.

Yo también firmaría el documento que han elaborado y secundado las organizaciones empresariales, colegios profesionales, universidades y un largo etcétera de colectivos e instituciones para reclamar a la Comunidad que, a su vez, presione al Gobierno central con el fin de que la construcción de este macropuerto sea declarada un proyecto estalratégico y, así, facilitar la superación de posibles trabas medioambientales que pudieran esgrimir desde Bruselas. No obstante, me pregunto que, si de verdad el proyecto es tan estratégico, por qué hemos permitido que se duerma, que se atasque, que se enquiste, por qué no hemos lanzado una ofensiva colectiva antes.

En noviembre de 2005, hace ahora trece años, el entonces presidente de la Autoridad Portuaria de Cartagena, Adrián Ángel Viudes, ya anunció que habían presentado a la Comunidad un proyecto para mover un millón de contenedores al año en El Gorguel. Ha llovido mucho desde entonces, incluso hace casi un lustro que Viudes dejó el Puerto, pero de aquel proyecto apenas se ha avanzado en algo de papeleo e inútil burocracia y en muchos titulares incumplidos.

En realidad, no me cabe duda de que el macropuerto de El Gorguel es más que estratégico para nuestra Región. Diría que hasta para nuestro país, para ser un referente mundial en el tráfico de mercancías. ¿Pero de verdad creen que esta España nuestra, donde cada uno va a lo suyo, va a permitir que un proyecto tan relevante se lleve a cabo en la insignificante y nada influyente Comunidad murciana? ¿Acaso creen que puertos como el de Valencia, Alicante, Almería van a consentir que nuestra Cartagena pueda mojarles la oreja y codearse con los grandes como Barcelona, Algeciras y hasta Rotterdam? ¡Por Dios, no seamos ingenuos! Si nos quieren quitar hasta el agua.

Si de verdad hubiera voluntad, si el macropuerto de El Gorguel hubiera sido objetivo de alguno de los sucesivos Gobiernos que ha habido desde 2005, la anhelada infraestructura portuaria ya sería una realidad. Por eso, cuando se dice que podría estar en marcha en el año 2024, no puedo evitar esa media sonrisa que dice: «Otra vez».

Lo peor es que nosotros no estamos exentos de culpa, porque hemos tardado nada menos que trece años en unirnos y hacer un frente común que, espero equivocarme, mucho me temo que se topará contra el muro de las autonomías. No duden de que si Madrid tuviera puerto, ya hubieran hecho allí nuestro Gorguel. Y no se extrañen si ven que un proyecto similar sale adelante en algún otro lugar de nuestro país.

Quizá esté pecando de victimismo, pero es que, últimamente, andamos un poco gafados por estos lares, porque al eterno retraso de los S-80 que tanto está dañando la imagen de nuestra industria naval, se suma ahora el relevo en la dirección del astillero de Cartagena por una nueva polémica de los trabajos fin de carrera.

Basta de negatividad, que no conduce a nada. De verdad que deseo que proyectos como El Gorguel, el submarino S-80 y tantos otros que tenemos pendientes en nuestra ciudad lleguen cuanto antes a buen puerto. Sólo hay que seguir el ejemplo de mi tenaz amigo Dani, fijarse un objetivo y no escatimar esfuerzos ni rendirse hasta alcanzarlo. Y luego, nos entretenemos en averiguar qué tiene el tomate. Empapémonos de vida.