Tengo una amiga (qué bien vienen las amigas para buscar inspiración) que anda indignada porque acaba de comprobar en primera persona que los bancos han decidido convertirse en su propia parodia y cumplir con todos los estereotipos que se les achacan.

Esta amiga lleva un par de meses negociando una hipoteca con una gran entidad. La cosa se ha ido alargando un poco por cuestiones técnicas, pero al fin lo tenía ya todo atado: un tipo de interés muy competitivo y unas vinculaciones obligatorias asumibles; bueno, en realidad cosas por las que hay que pasar (seguros de vida, hogar, consumo mínimo de la tarjeta€) y a las que ya nos hemos acostumbrado, aunque no deberíamos haberlo hecho.

El caso es que todo estaba ya claro y el lunes habían quedado para firmar la oferta vinculante, paso previo e inminente para llegar al notario. Pero el documento no llegó. «Aún no lo tengo, te llamo mañana y quedamos para la firma», le dijo su agente. Y ella esperó. El viernes anterior había pasado lo que todos ya saben, que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció el decreto para obligar a los bancos a pagar el impuesto de actos jurídicos documentados.

La llamada no llegó hasta el miércoles y la cosa se puso surrealista. «Hola. Mira, no he podido mandarte la oferta vinculante porque lo tenía bloqueado. Ya sabes, con lo del impuesto de actos jurídicos documentados el banco nos los ha tenido paralizados hasta ver qué hacían. El caso es que nos han dicho que a partir de ahora tenemos que subir un 0,20% el tipo de interés». Mi amiga se quedó fría. «¿Perdoooona? Llevamos casi dos meses con la oferta en la mesa. No me parece de recibo esto». Y entonces vino la mejor parte de la conversación. Mi amiga se iba encendiendo a medida que me lo narraba. Le dice el agente: «Bueno, en realidad esto solo te supondría X euros al mes, que si lo multiplicas al total de los meses de la hipoteca, sería un total de X,XXX euros, y si tuvieras que pagar el impuesto hubiera sido X,XXX +XX, así que en realidad te sale mejor». Toma ya.

Estoy segura de que desde las direcciones de los bancos han pedido a sus trabajadores que empleen este razonamiento práctico y muy realista con la absurda esperanza de no parecer los malos de la película a ojos de los clientes. Ni una semana de disimulo han tenido algunas entidades para empezar a cumplir expectativas y repercutir en los clientes la decisión del Gobierno, previo esperpento del Tribunal Supremo.

Yo tenía muy claro que esto pasaría, pero admito que me ha dejado asombrada la poca desvergüenza de hacerlo incluso con las personas con las que ya tenían compromisos previos adquiridos, aunque estos no fueran vinculantes legalmente. Sin ningún disimulo. Porque un cliente nuevo que llegue esta semana simplemente se encuentra la oferta y punto, pero los que estaban a punto de firmar pueden dejar constancia de la desfachatez del sector y seguir perpetuando la mala imagen de los bancos.

Pero les da igual, así dejan claro quién manda aquí.

Es evidente que la banca es un negocio y no quieren perder dinero. Si les suben los impuestos, ellos suben los productos. Lo mismo haría cualquier dueño de un negocio al que le suben un impuesto municipal por abrir la persiana de su negocio. La diferencia es que diez céntimos al día en un bien de consumo no se nos hace tan cuesta arriba como cuando hablamos de algo tan costoso como una casa. Eso, y que estamos hablando de un sector con grandes ganancias y en el que hay empresas que han tenido que ser rescatadas por miles de millones de euros que no vamos a recuperar. Todo esto hace bola y lo tragamos mal.

Tengo la sensación de que los bancos podrían haber esperado, que asumir ese impuesto durante un tiempo sin tomar medidas no habría sido tan grave para ellos, pero no han querido. Subiendo los intereses al día siguiente están lanzando un mensaje muy claro: la banca siempre gana, por si alguien tenía duda. Es un aviso a navegantes en toda regla.

Competencia y el Gobierno se han cansado de repetir que vigilarían que esto no ocurriera; parece que están tardando. Porque lo que el agente le dejó muy claro a mi amiga es que «todas las entidades están haciendo lo mismo».

Por el momento, ella ha decidido no firmar y ver más opciones, aunque sea solo por el derecho a dejar patente su indignación. Seguramente, le servirá de poco. Hoy por hoy, esto son lentejas.