El ateísmo no es no creer en Dios, sino no creer en uno mismo. Los ateos que no creen en un dios determinado de una religión determinada son solo ateos religiosos, nada más. Son de los que dicen (o deberían decir) no creo en tal o cual dios, pero creo en este otro. Es el caso de los islamistas actuales, o de los católicos medievales, por ejemplo. Ambos se montan cruzadas del suyo contra el del otro, y se llaman mutuamente infieles? ¿Pero en qué Dios no crees? les preguntaba yo a los ateos integrales. «En ninguno», contestaban, con lo que daban por supuesto tácito la existencia de varios dioses. O si cosechabas un raro y extraño «en mi Dios solo, y punto pelota», estaban reconociendo la de su exclusivo y personal Dios. Ernesto Cardenal creo que fue quien dijo que no se puede ser ateo de algo en lo que no se cree, sino de algo en lo que se cree. Yo digo lo del principio de este párrafo, y es que si nos reconocemos a nosotros mismos estamos viendo un reflejo, por pálido que sea, de Dios, así que si no creemos en Él, tampoco creemos en nosotros.

La libertad de culto en las sociedades avanzadas reside en que cada cual elige su propio Dios a través de su particular confesión. Lo que pasa es que casi nadie elige por sí mismo, si no que se lo eligen otros por él. Sus padres, a ellos sus abuelos, la sociedad, la costumbre... tradición la llaman con veneración, pero en materia de dioses lo llamamos fe. Y estamos dando culto a una fe heredada, no elegida. Así que el mostrarse ateo de ese dios no es mostrarse ateo de Dios, sino una tradición adorada por la peana, que es el fundamento básico, al fin y al cabo, de todas las religiones... Zeus, Júpiter, Amón Ra, Quetzacoalt, Alá o Pachamama, qué más da. Cuando alguien dice que el único y verdadero Dios es el de Cristo, el de Mahoma, el de Moisés, el de Zaratrusta o el de Hermes Trimegisto, está empobreciendo a Dios tanto como se está limitando a sí mismo, porque no es que existe un solo y único Dios verdadero, y los otros sean falsos, o de segunda categoría (lo que implicaría su existencia), si no que todos los dioses existentes o que puedan existir, convergen sus existencias en un solo y único punto: el ser humano que lo crea a su propia imagen y semejanza. Yo puedo ser ateo de todos y cada uno de los dioses, pero no puedo serlo de la suma de todo incluído yo mismo. Eso es un imposible.

Por eso Hermes, Zoroastro, Jesucristo, Buda? se esforzaron por transmitirlo, pero la gente terminó por compartimentarlo y fabricar religiones con sus mensajes que, en definitiva, es un solo y único mensaje. El Mensaje es de integración cósmica, sin cabida ni lugar para las religiones ni los ateísmos. Sin embargo, las propias religiones nacidas de tal Mensaje se encargan de desintegrar y dividir a la humanidad en nombre de sus propios profetas de diferentes credos? y de ahí, precisamente, el nacimiento de los ateísmos. Paradógicamente, sin embargo, todos integramos en nosotros a las distintas grandes fes que en las religiones (llamadas del Libro) se han esforzado en hacerse distintas e incluso enemigas. Yo mismo llevo en mí ideas del credo judío e islámico en comunión, o contraposición, con el cristianismo que, a su vez, se ha dividido en varios catolicismos. Y todos ellos coronados en un dios celoso, todopoderoso y ominoso, en cuyo nombre se han librado conquistas, cruzadas, guerras santas y sangrientas luchas para justificar el poder y el dominio de sus representantes en la tierra. Para eso trabajan sus prelados, sus ideólogos, sus publicistas y políticos, y para eso están las legiones de fieles y seguidores, para desatar campañas confesionales, ciegas y obtusas, en nombre de cualquier dios imposible. Es perfectamente lógico y normal que existan los ateos y los ateísmos entonces.

Pero ya digo, exactamente igual que el ateo no cree en el dios que no existe, yo tampoco creo en un ateísmo que no cree en el dios equivocado. Es todo el reflejo del mismo error, de la misma falsedad. Que en un espejo se refleje una imagen no da por cierta la existencia de esa imagen (que puede ser impostada) pero sí asegura la existencia del espejo. Y esto es así porque, en definitiva, a Dios tenemos que vislumbrarlo a través del género humano, de sus criaturas, de su creación de la que somos partícipes para bien o para mal, pero no por lo que digan los dogmas de las personas, que solo traducen parte de la verdad en su propio interés de dominio, influencia y poder. Dios no es lo que dice la gente, por lo que nuestro ateísmo es hacia un mensaje torcido (cuando no retorcido) de lo que se obliga a creer que es Dios.

Yo soy más ateísta que ateo. Porque creo en las causas de increencia más que en la increencia misma. Solo hay que meterse en su esencia, pues tiene sus motivos pero carece de sustancia. Un ateo no debe de caer en la trampa de no creer en lo que es increíble. Por eso dudo del ateo real, no así del circunstancial. Y no creo en el ateo total, si no en el parcial. ¿Ateísmo general? Puede, pero no capital. Menudo tole-tole el de hoy, acho, tío. Tal cual, don Pascual?

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