En el artículo 20 de la Constitución española se reconocen y protegen los derechos a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. Y el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1949) establece que «toda persona tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye la libertad de mantener opiniones sin interferencia y de buscar, recibir y difundir información e ideas a través de cualquier medio de comunicación e independientemente de las fronteras».

Y a cualquier demócrata estas disposiciones han de parecerles perfectas. Pero en esas normas no se contempla que en la libertad de expresión y de opinión esté incluido el derecho a ofender, en el ejercicio de esa libertad, al resto de los mortales. No, no se dice eso, porque siempre entendimos que el derecho a la libertad de expresión y de opinión ha de tener el límite del respeto a las ideas y sentimientos de los demás.

Algo que queda muy claro en la versión del Artículo 19 en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP) al afirmar que el ejercicio de estos derechos conlleva «deberes y responsabilidades especiales» y «por lo tanto, estar sujeto a ciertas restricciones» cuando sea necesario «para respetar los derechos o la reputación de otros», entre otras cosas. Es decir, la libertad de palabra y expresión, por lo tanto, puede no ser reconocida como absoluta, y las limitaciones comunes a la libertad de expresión se relacionan con lo que puede llegar a ser perjurio, calumnia, sedición, incitación, entre otros muchos apartados más.

Dicho esto, yo nunca metería en la cárcel a alguien que se pusiera en evidencia por hacer bromas absolutamente entúpidas sobre los símbolos españoles. Ni condenaría a nadie que demostrara su bobería haciendo canciones sobre las instituciones españoles y el Jefe del Estado. Ni, por supuesto, encerraría a, pongamos por caso, al catalán Dani Mateos (nació en Granollers) que pareció sonarse los mocos con la bandera de España en el programa de La Sexta El intermedio y que ante el escándalo que se armó, ya que muchos de los espectadores de La Sexta se consideraron ofendidos (esos espectadores no son, ni de lejos, de derechas) Dani Mateo no tardó en disculparse en Twitter, porque, según él, su intención y la del programa «nunca fue ofender». Pues qué bien, en nombre de la libertad de expresión se puede tomar por tontos a miles de ciudadanos que maldita la gracia que les hizo el polémico sketch. El resultado fue, normal, el debate sobre los límites del humor y de esa libertad de expresión a la que algunos recurren cuando son conscientes de que se les fue la mano con sus gracietas de niño tontorrón.

Sí, miren por donde, el propio Dani Mateo, ante el lío que él mismo armó, se ha disculpado públicamente (la retirada de varios anunciantes ha debido de influir en ello) diciendo cosas como: «El sentido del sketch de la bandera era (o así lo entendí yo) demostrar que, cuando los ánimos están muy caldeados, las banderas se vuelven más importantes que las personas y eso es peligroso€ Nunca fue ofender».

Bien, espero que a mí también me permitan hacer preguntas absolutamente entúpidas en nombre de la libertad de expresión: ¿El señor Mateo hubiese hecho lo mismo con la bandera catalana? ¿Se hubiera sonado los mocos con la señera o con la estelada? ¿Lo haría con la ikurriña? Yo creo que no. Creo que aunque parezca un frívolo, tanto no es posible que lo sea. Y, por favor, no me digan eso de que (lo estoy oyendo estos días hasta la saciedad) antes que los símbolos está el ser humano. Por supuesto. Faltaría más. Pero él no tuvo en cuenta a esos seres humanos (él no está solo en el mundo) que legítimamente se sintieron ofendidos esa noche cuando al señor Mateo cruzó la raya del buen gusto para soltar sus mocos en una bandera española.