Yoga, mindfulness, meditación€ intentar buscar el equilibrio en esta maraña de emociones cotidianas es la tendencia de estos tiempos. Nos hemos metido en una vorágine de sociedad de la que ahora necesitamos salir, aunque sea una hora y media tres días por semana. El control de las emociones es una necesidad de la que cada vez somos más consientes y una carencia que muchas personas acumulan (acumulamos) desde la infancia.

Controlar la frustración, la rabia, ser capaz de tomar las decisiones y asumir las consecuencias y aceptar con resiliencia los vaivenes de la vida son habilidades necesarias, pero que necesitan entrenamiento. La conciencia sobre estas cuestiones va creciendo y hay colegios que ya dedican un tiempo a la semana a la educación emocional de sus estudiantes, incluso los hay que incluyen en el proyecto educativo horas lectivas a este propósito. Conozco colegios en los que una vez a la semana los niños salen del aula y, en un espacio especial, dedican una hora a averiguar cómo se sienten y a canalizar sus energías.

Los pequeños, con juegos, aprenden técnicas para relajarse y, sobre todo, para hacerse conscientes de lo que sienten y por qué lo sienten. Que los pequeños aprendan a relajarse es una gran ventaja para los profesores y padres que tienen que tratar con ellos, eso es obvio, pero es una herramienta que les será más que válida cuando sean adultos y tengan que sobrellevar jornadas de trabajo interminables, aguantar a un jefe sin criterio, a un compañero tóxico y, además, tengan que planificar el menú de la semana de su familia. Sería maravilloso que todos acabáramos la escuela sabiendo gestionar todo esto.

De la educación emocional llevamos hablando desde que Daniel Goleman definió el término inteligencia emocional en los años noventa y, aunque de manera lenta, está calando en la realidad cotidiana. Un ejemplo es la noticia, conocida esta semana, de que el proyecto educativo Habilidades no Cognitivas Educar para Ser, dirigido por el profesor de la Universidad de Murcia Ildefonso Méndez, ha sido preseleccionado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) para su inclusión en el listado mundial de proyectos relevantes para estimular el desarrollo de habilidades de autorregulación de los niños. Se trata de un proyecto que está presente en 45 colegios de la Región, en 30 de Madrid y en cinco de La Rioja y que pronto llegará a centros escolares. Que la OCDE lo seleccione para estar en esta lista ya es, en sí mismo, un reconocimiento de la valía del proyecto.

Todas estas tendencias creo que son una gran noticia, pero no puedo evitar preguntarme si no estamos barriendo la casa mientras dejamos la ventana abierta, haciendo grandes esfuerzos desde muchos puntos de vista, pero, al mismo tiempo, generando una sociedad que potencia a ciudadanos que no son capaces de controlar sus impulsos. Basta darse un paseo por Twitter para ver que nadie controla sus arranques verbales agresivos y que la moderación no es, precisamente, la tendencia.

Y más de lo mismo si hablamos de tolerar la frustración. No sabemos esperar; lo queremos todo y lo queremos ya. Dicen que somos la generación Nespresso, incapaz de esperar ni siquiera de esperar el tiempo que tarda en salir un café de la cafetera italiana. Internet, Netflix y todas las plataformas que nos permiten un consumo de ocio cuando y donde queremos, sin esperas, son un otro gran ejemplo. Ver una serie semana a semana es algo tan antiguo que muy pocos son capaces ya de engancharse a producciones que solo pueden ver en televisión.

Y somos los adultos, mucho peor lo tienen los niños. Los que pasamos de los treinta sobrevivimos a una infancia con dibujos animados después del telediario los fines de semana y, como mucho, a la hora del desayuno los días de semana. Por obra y gracia de Youtube y los canales temáticos, Pepa Pig se repite más que el ajo en las tabletas y móviles de los padres. Ningún niño acepta ver solo un episodio porque en sus pequeñas cabecitas es inconcebible, saben que se pueden ver más y quieren más. Y se lo damos. Conforme van creciendo podemos llevar esto al terreno que se quiera, jugar al Fortnite durante horas o chatear con los amigos hasta pasada la media noche aunque necesiten dormir. No están acostumbrados a asumir la frustración de un no por respuesta.

Espero de verdad que todos estos proyectos e iniciativas educativas calen en los colegios y en las familias para que los pequeños ciudadanos empiecen a gestionar mejor sus habilidades sociales y dominen sus emociones. Esas pequeñas semillas que algunos profesionales intentan plantar son mi esperanza de que algunas cosas puedan cambiar, porque cuando uno es consciente de sus propias emociones, también se hace consciente de las de los demás. Y la empatía es, en mi opinión, nuestra gran carencia como sociedad.