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Queremos que llueva, aunque sea con granizo

Sobre la existencia de avionetas y cañones para ´romper´ las tormentas

Era el pasado 20 de septiembre y, a través del océano, me lo iban contando en tiempo real y con gran copia de fotos evolutivas. Sobre Moratalla iba a descargar, inevitablemente, una tormenta que se había ido generando a primeras horas de la tarde; pero cuando más inminente era el chaparrón y algunos gotones empezaban ya a salpicar el sediento terruño de nuestro Noroeste, comenzóse a oír, desde las entrañas negras del nublado, el agresivo ruido de un artefacto aéreo que debía revolotear en su interior, osado y juguetón, con alguna misión, sin embargo, inconfesable. La secuencia fotográfica es precisa: entre las 16,15 y las 16,45 los nefastos claros del cielo amenazador sucedieron rápidamente a los hermosos nubarrones heraldos de santa lluvia: el artefacto rompía la marcha natural de la benéfica tormenta, conculcando la ley humana y la divina (que prohíben, ambas, alterar los ciclos naturales), así como el imperativo ecológico, que califica al espantar las nubes de crimen contra la Tierra.

En una región como la nuestra, de tan escasas precipitaciones, donde la exigencia de agua para el campo adquiere una categoría política prioritaria, casi obsesiva, la constatación de que hay intereses (poderosos, nadie lo duda) empeñados en que no llueva, significa que nos hemos instalado, no ya en un absurdo insuperable sino, sobre todo, en la indecencia política, social, agronómica y, por supuesto, ecológica. Consentir que haya quien destruye las nubes cuando ´amenazan´ sus intereses pertenece a lo grotesco y lo criminal. La agricultura intensiva ha llegado, entre otras corrupciones, a ese extremo: combatir la lluvia del cielo y exigir el agua de la tubería, mucho más tranquilizadora por remoto (o ilegal) que sea su origen.

Del amplio espectro de actores en este espectáculo procaz, prohibido pero impune, secreto pero atronador, repetido y canalla, nadie dará razón, descreyendo o disimulando, como pueden, unos y otros. De entre los más cualificados ignorantes figura Aviación Civil, que dice no tener jurisdicción por debajo de los 10.000 metros de altitud, que es un ámbito libre, así que no sabe nada de lo que sale y entra, con propósito anti nubes, en los catorce aeródromos de la región. El Mando Aéreo no quiere saber nada, fuera de las áreas restringidas concretas existentes, y no detecta esos vuelos. Por supuesto que las autoridades agrarias, consejerías, CHS, etcétera, tampoco saben o no contestan, lo que suele acompañarse de una sonrisa que tanto puede ser de condescendencia con el denunciante como de complicidad con el rompenubes. Sin embargo, bastaría con medir la concentración en metales pesados del agua de lluvia tras un episodio de ´disolución de nubes´ para encontrar bario, estroncio y, sobre todo aluminio, en lugar de agua pura, es decir, H2O, sin más.

Los indignados en primer lugar, es decir, los que a más de ser murcianos hartos de la eterna ´saga de la avioneta´, sufren en su actividad el boicoteo de las lluvias son los que viven del secano, concretamente del heroico arbolado de frutos secos. Dentro de la Federación de Cooperativas Agrarias de la Región de Murcia (FECOAM), hay una sección que combate estas manipulaciones contra natura y reivindica la lluvia. ¡Que llueva, aunque sea con granizo! es su grito de combate, lleno de lógica y de ética: la tierra y no sólo la cultivada, los espacios forestales, los acuíferos€ necesitan el agua en la forma que sea, y no puede asistir derecho alguno a quien se oponga a esto (y se salga con la suya).

Hay tres formas de intervención contra la nubosidad: las avionetas que difunden microcristales de metales pesados en forma de aerosol, los cañones de ultrasonidos y los cohetes que esparcen yoduro de plata: geoingeniería perversa, a más de osada. La eximia CHS prohibió hace años el uso de cañones antigranizo, pero los autoriza cuando le da la gana. Y se han usado, hace bien poco, tanto en Riópar como en la rambla del Judío, en Jumilla. Estos cañones se siguen fabricando, en Valencia concretamente, y la propia Guardia Civil decomisó, hace pocos meses, 26 de estos artefactos en un almacén de Alhama y ayer mismo otros 15 en el campo de Cehegín.

La plataforma Salvemos la Biosfera ha llevado a la Fiscalía este asunto, que lo conoce desde 2014 por las protestas y denuncias de la FECOAM (que también las ha llevado ante la delegación del Gobierno), pero exige tantos datos (concretamente de las avionetas) que da la impresión de que olvida (la Fiscalía, digo) que la investigación la ha de hacer ella. Guardia Civil, Fiscalía y delegación del Gobierno deberán explicar todo esto (quién fabrica, quién comercializa y quién utiliza estos explosivos) e informar a los denunciantes, verdaderos defensores de la tierra, pero no encubrir a los ilegales. Debido a la escasez de medios y la creciente presencia de entidades cívicas competentes que se enfrentan a los múltiples desmanes en la región, los fiscales se están acostumbrando a ´pedir aclaraciones´ sobre los textos de denuncia, que en casos más parece un intento de aburrir al demandante y archivar el asunto.

En su dominio invasivo y exclusivista, el regadío intensivo y masivo le ha declarado la guerra tanto al riego tradicional (codiciando sus caudales y derechos) como al secano, al imponerle sus intereses hasta el punto de infligir un daño inconcebible al bien común, social y físico. Pero serán, precisamente, este regadío tradicional (sabio, comedido, enriquecedor de la tierra) y el secano complementario las fuentes de la supervivencia a medio y largo plazo, teniendo en cuenta la evolución climática y la situación internacional, en la que nuestras exportaciones masivas (pero inútiles para el consumo interno) tendrán cada vez menos salida.

Por supuesto que no es sólo la agricultura intensiva la que se siente perjudicada por la lluvia, a la que diaboliza por caer a veces como granizo; porque es verdad que hay varios ámbitos de negocio que han declarado la guerra a la lluvia: son la representación del disparate y la impunidad. Pero es esa agricultura la que aparece en el origen de esas manipulaciones, y contra las que más quejas se dirigen. (¿Merecerá nuestra región, por ingrata y blasfema, que llueva sobre ella fuego y azufre?).

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