En el libro Ginecología y vida íntima de las reinas de España de Enrique Juncela Avello, leemos como para cada reina se relatan mil y un procedimiento médico, a cada cual más cruel y disparatado sobre sus procesos naturales de maternidad.

Si a lo largo de la Historia la mujer ha tenido una tarea asignada en la que nadie puede sustituirla (de momento) y a la que se ha visto irremediablemente avocada por las distintas culturas es la maternidad.

Las mujeres de todos los niveles sociales han sufrido la intervención en su natural ser, de médicos varones que escribían tratados y manuales de cómo las parteras y matronas mujeres debían usar el oficio y asistir al parto y cuidar otros aspectos del ciclo vital femenino, pero sin ver ni tocar nada, ya que según Damián Carbó en su Libro del arte de las comadronas o madrinas y del regimiento de las preñadas, de 1541, «el médico o doctor no puede hacer por ser cosas feas y fue necesario por honestidat de dexar estas cosas en poder de mujer».

Las mujeres basaban sus conocimientos del cuerpo femenino y de todos su procesos naturales en la experiencia y en la observación. Utilizaban los recursos que ofrece la naturaleza hasta entrado el siglo XX a la hora del embarazo, el parto, el aborto, las enfermedades propias de las mujeres por medio de hierbas y todo tipo de sustancias. También es cierto que la superstición en la que las reliquias o los amuletos y oraciones a la Virgen y los Santos tenían presencia.

Todas esas circunstancias que siempre han pasado de soslayo por la historia deberían contarse y mostrar al mundo cómo millones de mujeres han sufrido y por desgracia aún sufren el maltrato físico, la violencia ginecológica en sus cuerpos; sus cuerpos, insisto. Sobre todo teniendo en cuenta que para muchos todavía la función principal en la vida de las mujeres es gestar y parir.

Cuando se nos nombra como 'persona gestante' o se nos tilda de fracasadas cuando tomamos decisiones sobre nuestra vida es violencia contra las mujeres.

El proceso natural de la maternidad que esta semana ha saltado a los medios de comunicación desde los proyectos de legislación regional me hace mirar atrás, a tiempos pasados en los que las mujeres morían en los partos, en los abortos por sobre parto, por fiebres e infecciones provocadas por la intención médica de salvar a toda costa la vida del neonato. La vida de la mujer se percibe en esa circunstancia con un valor insignificante, como simples seres gestantes nacidas para ello. En la corte española de los siglos XVI, XVII y XVIII era costumbre anunciar pública y solemnemente las reglas de las reinas, como también se hacía con sus embarazos y sus partos, que por otra parte siempre se pasaban largas y duras horas en las que los médicos aplicaban sangrías, cataplasmas, infusiones, aceites, vapores, maniobras y posturas imposibles y en los que siempre se solicitaba la presencia de un notario para que la parturienta pudiese hacer testamento, ya que la posibilidad de muerte era más que probable.

La primera esposa de Felipe II, Maria Manuela de Portugal, a los dieciocho años, murió en 1545, cuatro días después de su primer parto, según el informe médico por haberse comido un limón demasiado pronto después de dar a luz. En 1568, Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, murió hora y media después de haber tenido un aborto de un feto de cuatro o cinco meses de gestación. Isabel de Borbón, primera esposa de Felipe IV, murió después de lo que se ha considerado un verdadero desastre maternológico, tras de seis partos; en el último se le practicaron ocho sangrías y cuando ya no se supo qué hacer con ella, decidieron llevarle el cuerpo de San Isidro para que la ayudara e incluso quisieron llevarle la imagen de la Virgen de Atocha, pero la reina se negó por no considerarse digna. Dignidad, valor y respeto hacia las mujeres y sobre todo hacia sus cuerpos, por favor.

En el siglo XXI, cuando las mujeres estamos empezando a pensar que nuestro cuerpo es nuestro, nos vienen a decir que no. Que no nos equivoquemos, que por el bien de la humanidad nosotras y solo nosotras, tendremos que asumir el supuesto 'fracaso natural de la maternidad'. No nos podemos dejar calificar de fracasadas por decidir sobre nuestro cuerpo, nuestra vida y nuestro presente y nuestro futuro.

En todo caso sería de valientes, hablar del fracaso de la sociedad en su conjunto con respecto a las políticas sociales de paternidad/maternidad.