Hace unas semanas, tras la manifestación de Barcelona en defensa de la unidad de España y del bilingüismo, escuché y leí que los manifestantes habían chocado con un grupo de ´antifascistas´ que les increpaban. Y que, finalmente, les impidieron el acceso al espacio ¡público! en el que habían sido autorizados a concluir su manifestación. Es decir, que un acto de libertad de expresión legal había sido boicoteado por los nazis separatistas con la aquiescencia de la policía catalana responsable del orden, que se dedicó a mirar.

Lo que me pareció curiosísimo, como siempre en España, era que los verdaderos neonazis se presentaran como antifascistas y que, además, semejante falsedad fuera admitida y multiplicada, también como siempre, por los medios de comunicación. O propaganda. Asombra que nuestras televisiones, públicas y privadas, todas de izquierdas, periódicos o emisoras de radio asuman la denominación de antifascistas y demócratas para gente como la que exhibía en su bar tapas de ´guardia civil andaluz a la brasa´. Vivimos, en efecto, sobre una sociedad enferma, fake, en la que las palabras ya no nombran los hechos.

Casi a la vez, esos mismos medios, ´progresistas´, se alarmaban del ascenso de la ultraderecha sueca. Y de nuevo me pregunté por qué nadie cae en la cuenta de que el mayor ascenso del radicalismo neonazi en Europa ha tenido lugar en España desde la llegada de la democracia. Y que ha sido la democracia española la más castigada desde los ámbitos del racismo, la xenofobia y el rechazo al otro, cubiertos, eso sí, de una pátina de izquierdismo que es el que dio legitimidad y cobijo intelectual a la banda de asesinos vascos que durante cuarenta años se paseó de la mano del terror por España. Y que es el mismo izquierdismo ciego que hoy apoya, comprende o comparte el movimiento golpista de Cataluña. Estoy hablando de la extrema izquierda ´achaletada´ y de la socialdemocracia post-Zapatero, el briboncete que hoy trabaja con la dictadura de Venezuela.

Creímos entonces, hace diez años, que el PSOE habría aprendido para siempre que no puede seguir eternamente aliado con dos de los movimientos racistas más apestosos de Europa, los nacionalismos catalán y vasco. Ni con los podemitas, que sueñan con su decapitación política. Pero no. No creo que Sánchez sea un sepulcro blanqueado y una mala persona como Zapatero, pero tampoco sé qué prevalece en él, si la incompetencia o la ambición (me había salido una palabra preciosa: la ´incompeteNecia´).

Aceptemos que Sánchez, pensado por Iceta, cree que hay que darles salida a los golpistas, rebajarles las penas, indultar a unos sí y a otros no, y dejarlos que se cuezan en su odio. Pero los golpistas no pueden acogerse a un pacto con el Estado, porque a lo que más temen no es al Estadillo expañol: es a los suyos, a los CDR de sus propias familias. Las facturas se las van a pasar los comités de la porra que ellos crearon y alentaron y que no están dispuestos a aceptar el fiasco. Por eso ponen condiciones inaceptables, porque necesitan la intervención del Estado que les salve la caradura. Salvémoslos.

Se trata de una ocasión única para suspender la autonomía diez años y erradicar el nazismo de Cataluña o, al menos, dejarlo reducido al 10-15% en que estaba antes de Pujol: devolver la enseñanza a manos del Estado, cerrar los medios de comunicación golpistas, implantar el bilingüismo, disolver los ´Mossos´ y abrir las plazas de funcionarios a todos los españoles. ¡Ah! y cerrar el PSC. Y para todo esto es imprescindible que la izquierda vuelva a ser española: la de González, Guerra y Javier Fernández, que fue por poco tiempo una esperanza. Un milagro: que los ciegos vean.