Naces, disfrutas de tu infancia y haces que otros disfruten de ti. Creces y, con el paso del tiempo, puede que conozcas a esa persona junto a la que eliges recorrer este camino que es la vida, o no. Si tienes hijos, vivirás años de esfuerzo, cansancio, preocupaciones, pero también de alegrías y momentos felices. Lo darás todo por esas personas. Y sin darte cuenta, llega un momento en el que todo se para y puede que te quedes solo.

Estar solo al final de tu vida debe ser de las peores cosas que una persona puede vivir. Siempre he sentido cierta predilección por las personas mayores y, en especial, por aquellas que viven en una residencia, ya sea porque no tienen a nadie; porque su estado así lo requiere; porque su familia, aun habiéndolo intentado todo, no ha podido hacer nada; o porque, sencillamente, pasan tres pueblos de encargarse del anciano y hasta de tener ningún tipo de relación con él.

Vamos hacia una sociedad cada vez con mayor número de personas de la tercera edad. No son muebles. Sienten y quieren hacer sentir, al igual que tú ahora y dentro de veinte, treinta o cuarenta años. Dedícales tiempo, pero tiempo con ganas. Te lo agradecerán y se lo agradecerás. Esa persona vas a ser tú en unos años y si me preguntan cómo me gustaría ser o estar, sin dudar ni un segundo, elegiría ser feliz, seguir amando y estar rodeada de los míos. Los mismos que me habrán de acompañar durante toda mi vida.

Pasamos por etapas en las que decidimos apartar de nuestro lado a nuestros padres o, incluso hermanos, por aquello de 'voy a hacer mi vida'. Se dice hasta la saciedad, tanto, que en ocasiones pierde su valor real, pero qué cierto es eso de 'la familia siempre estará'. O no, pero queremos aferrarnos a esta idea, porque sin la familia, sin su compañía, sin su consejo, sin su aliento, muchas de las cosas que conseguimos no serían igual o, directamente, no serían.

«Yo solo quiero irme ya, bueno, cuando me toque. Porque yo no tengo a nadie, estoy sola». Estas palabras las dijo una señora mayor, sentada en la silla de su pequeña habitación, en la residencia que comparte con otros mayores. Esas palabras las oí en un programa de televisión ( Cosas de la edad) y esa noche no pude quitarme de la cabeza la cara de esa mujer y esos ojos rendidos, abandonados, sin esperanza, solos?

La vida son dos días, sí, y a todos nos gusta ser queridos e importarle a alguien, así como querer. Si lo hacemos cuando somos jóvenes, por favor, no nos olvidemos que los mayores también lo fueron y, en la mayoría de los casos, se partieron la boca por los suyos. Por favor, tratémoslos como personas hasta el último día. Se lo merecen, nos lo mereceremos.