Suárez, que dirigió la Transición a la democracia, era ´el falangista´; González, ´el vaquero´ que limpiaba la mierda de la granja de su padre pocos años antes de aspirar a la presidencia del Gobierno, y cuando la consiguió se convirtió en ´el morritos´; Aznar, ´el bigotín´; Zapatero era Bambi, y Rajoy, el ´vecino que es el alcalde´. Pero todos ganaron elecciones, en plural.

En la Región, Hernández Ros era ´lubina mismo´; Carlos Collado, ´el profesor despistado´; María Antonia Martínez, la que hablaba en murciano antes de que el murciano se pusiera de moda, y decía ´farda´ en vez de ´falda´; Valcárcel era ´el mindundi´, y Pedro Antonio Sánchez, Paquirrín. Hernández Ros, Collado, Valcárcel y Sánchez ganaron elecciones, en plural y en singular.

Menospreciar al adversario político es una manera de darle ventaja. Como se supone que es tan mediocre, inexperto o irrelevante, se da por sentado que carecerá del favor de la gente. Hasta que el de la lubina, el mindundi o el Paquirrín van y ganan las elecciones. Tal vez porque quien ha perdido el tiempo en ingeniar tan brillantes etiquetas no estaba en lo que tenía que estar, es decir, en elaborar una política propia verdaderamente alternativa.

Alberto Garre inauguró el domingo su camino al Parlamento autonómico bautizando al presidente del PP, Fernando López Miras, como ´el pimpollo´. Pimpollo es una rosa que todavía no ha desplegado sus pétalos. Precisamente las que uno elige cuando regala un ramo, pues duran más en el jarrón a que van destinadas. Al principio son menos espectaculares y aromáticas, pero poco a poco van mostrando su esplendor.

El estigma es, pues, desafortunado. Y menos viniendo de un señor que ha traspasado la edad oficial de la jubilación y parece desdeñar el potencial de la juventud cuando tanto hay que aprender ella. La cosa es tan impropia como si López Miras saliera ahora a tildar a Garre de rancio, por ejemplo. Estaría muy mal visto. Tanto como que un señor mayor llame ´pimpollo´ a un adversario político por su supuesta bisoñez relacionada con la edad o la experiencia. Y más todavía cuando no hace tanto tiempo que Garre presidía un Gobierno en el que dirigía a varios ´pimpollos´ de la misma generación de López Miras, gente que no había ejercido más que en la política: Pedro Antonio Sánchez, Juan Carlos Ruiz... ¡Los nombró él! De modo que, ¿por qué ahora critica lo que antes le parecía bien, según se deduce de sus propias decisiones antes que de sus palabras?

Algunos dirigentes populares que colaboraron con Garre, en el Gobierno y en la Asamblea, intentaban resolver por entonces sus supuestos ´problemas de estómago´, a los que también alude Garre, procurándose a toda prisa una carrerita universitaria en la UCAM, y no es extraño que ahora el presidente de esa institución les reproche a algunos de esos titulados falta de agradecimiento cuando afloran conflictos con el Gobierno. Aparte de que hablar de ´problemas de estómago´ cuando llevas toda tu vida en la política es un contradiós por mucho que dispongas de una carrera de Derecho como colchón. Por otro lado, sugerir que aspira, como destino político final, a ser pedáneo del lugar en que nació por nombramiento a dedo del alcalde de Torre Pacheco parece una ironía, pues Garre jamás ganó unas elecciones en Torre Pacheco, ni él ni sus patrocinados, excepto uno que fue encarcelado primero y después condenado a cinco años por prevaricación.

Lo curioso es que el ingenio de Garre sea destinado a PAS o a López Miras cuando en realidad su problema original es con otro. Valcárcel lo puso en la presidencia de la Comunidad y Valcárcel lo quitó, pero no puede reprocharle públicamente lo último porque aparecería como un desagradecido por lo primero. De modo que las patadas en el culo del que fuera el hiperlíder del partido se prodigan en el de López Miras, precisamente cuando Valcárcel y López Miras rompieron definitivamente toda relación de confianza en el último congreso nacional del PP, en que el primero hizo campaña, durante la noche anterior a la votación, entre los compromisarios murcianos en favor de Sáenz de Santamaría y colocó al senador Pérez de valedor murciano de la exvicepresidenta a sabiendas de que la consigna del presidente regional del PP era apoyar a Pablo Casado. Fue Valcárcel quien, en su día, después de declarar que «nadie va a conseguir que Garre y yo rompamos nuestra amistad» cuando ya estaba rota, movió cielo y tierra para que el expresidente no fuera aupado al Senado. Pero es notorio que Garre a Valcárcel ni lo mienta, ni para bien ni para mal, y eso que todos sus problemas en el PP arrancan de su relación con él.

López Miras no es Churchill, desde luego, y hay sobrados flancos para elaborar una crítica a su gestión que permita justificar una alternativa desde la izquierda o, ya se ve, también desde la derecha. Pero si lo que vamos a dirimir, en nombre de la sacrosanta Región, son asuntos personales irresueltos y trasvasados de nómina, y si la tónica del debate va a consistir en tirar de apodos, la cosa no dará mucho de sí. El menosprecio al adversario, aunque éste fuera Garre, que lo es para el resto de partidos, es una mala táctica. Y más que mala, fea. Al que llamaban Mindundi ganó cinco elecciones consecutivas, así que cuidado con el Pimpollo.