Hoy domingo terminan las fiestas de La Alberca desde que hace 18 días comenzaron. Y es que la pedanía ha tenido siempre mucha potencia de diversión y se lo han tomado sin prisas (quiero decir, como señalaría Fernando Fernán Gómez, que está su gente muy dotada para no hacer nada, para el ocio, sobre todo, y los festejos, como debe ser).

Aquí, en La Alberca, muchos recordamos aquel bar llamado El Pirata y regentado por Paco, Fina y sus hijos, sobre todo el hijo Paco que actuaba de camarero, siempre con alguna palabrita a las personas que pasaban por aquella barra y con su sonrisa abierta. Fina, la madre, era la persona que llevaba la cocina, y hacía unas chuletas en su punto que decían comerme y esto y alguna ensalada proponía siempre como primera solución rápida. Paco, el padre, llevaba las relaciones con el personal que se sentaba en aquel lugar que había detrás de la iglesia de La Alberca, que existe físicamente aún, pero ya no cumple la misión de entonces.

¿Pero qué tenía El Pirata para que se llenara los fines de semana de gente, entre setenta y cien personas? En primer lugar, era un lugar muy bien decorado, preparado desde siempre para la pura bohemia y las personas que gustaban de oír música en directo o cantar, como Nassera Betaimi y Loly Agüera; o bailar, como Hilaria. Unas copitas y aquella buena compañía hacían el resto. La música la ponía Pepe Montoya, voz y guitarra, a quien bautizó Miguel López Guzmán La Voz el Monte, nunca mejor dicho por la cercanía del mismo y por la fuerza de su timbre de voz, la energía con la que cantaba. Y a él, a Pepe, se le sumaba la percusión, el bongó, que corría de parte de Jordi si es que andaba por La Alberca, ya que era camionero y a veces trabajaba en viajes largos y no aparecía por El Pirata. Pronto, Paco Díaz ya empezaba a tocar aquella percusión, hasta que, finalmente se hizo con el ritmo. Pero ya digo, Pepe y Jordi eran el equipo habitual que cantaba y acompañaba al que gustara de hacerlo. En los primeros momentos de El Pirata, acompañaba también en la voz un personaje interesante llamado El Águila, a quien le llamaban así tal vez por su sagacidad personal.

Cerrado El Pirata por causas desconocidas, aunque por La Alberca se dice que lo vendieron los dueños porque querían hacer negocio en Latinoamérica con aquel dinero que recaudaron, Pepe se jubiló de su trabajo en el auditorio de La Alberca, y después fallecieron Jordi y más tarde El Águila. Los que quedamos estamos un poco abandonados, en el sentido de que no tenemos recogimiento como lo teníamos en El Pirata, aunque hemos creado peña, llamada Lunes al Sol, y vamos a la Asociación de Mayores y también a la plaza a desayunar diariamente.

La energía de Pepe Montoya en el grupo, su carácter y, tal vez, sus gustos no siempre flexibles a la hora de elegir canción para algún comensal, hizo que Jordi se impusiera poco a poco en el arreglo de las discusiones, en la elección final de los temas. Pero se debe decir, en honor a la verdad que Pepe era muy generoso con la gente en la seguridad de que tocaba y tocaba aquellas piezas que se le solicitaba. Y lo hacía bien, muy bien.

Siempre nos acordaremos del Pirata y de los amigos de la Cordillera y de Murcia que recalábamos por allí, sobre todo en estos días cuando sabemos por la hermana de Jordi, Carmen Gallego, que, si existiera aquel lugar extraño pero querido por todos nosotros, Jordi cumpliría el 19 de octubre sus 60 años y, como siempre hacíamos, si estaba por La Alberca y no andaba viajando por Europa con su camión y hasta con el mismísimo Pepe Montoya, el que se había llevado en alguna ocasión, lo celebraríamos (nos basta, en principio recordarlo con el cariño que la gente le teníamos) hasta las tantas. Lugar aquel que por insólito y culto, a su manera que hasta fue capaz de crear un concurso de cuentos cuya primera convocatoria la ganó el que luego fuera uno de los novelistas más afamados de España, Juan Manuel de Prada.

Y no sé qué será del Pirata en el futuro, pero estoy seguro que allí quedó un hermoso poema en sus paredes de quien lo leyó con aquella voz maravillosa que tenía para ello y que era nuestro amigo, el genial actor Francisco Rabal, a quien, con Paco Vidal, llevamos con la finalidad de que pasara un rato agradable, como así fue.