Toca hablar del tiempo, del mal tiempo, de lo mal que nos tratan en el tiempo. La información meteorológica en los medios estatales, que cada vez llena más espacio y se da con mayor espectacularidad, con términos como ciclogénesis explosiva, Dana o los ya clásicos huracán y ciclón, rara vez se ocupa de nuestra Región y sólo en contadas ocasiones le da protagonismo a Cartagena, hasta el punto de que es raro que la sitúen en el mapa. Tan extraño, por infrecuente, es que nos nombren, que el pasado miércoles, cuando vimos que La 1 de TVE (la de todos, o eso dicen) incluía a Cartagena en un listado de poblaciones en las que iba a llover, nos sorprendió tanto, que hicimos la captura de pantalla que acompaña a esta columna.

Quizá les llame la atención que estemos los últimos, pero solo se debe a que somos el punto donde menos litros se preveía que cayeran. O quizá, si se fijan mejor, descubran que aparecemos como Cargatena, en lugar de como Cartagena, aunque eso es solo falta de tino, un error sin mucha importancia que podemos cometer cualquiera.

O tal vez les ocurra como a mí, que desconocía por completo las poblaciones que nos acompañan en el listado, salvo el municipio toledano de Talavera de la Reina. Lo cierto es que también conocía el alicantino de Xabia, aunque me he despistado con su nombre en valenciano, porque para mí siempre había sido Jávea. Seguidamente, me limitaré a exponer los datos de población de cada uno de los lugares de la lista, para que piensen ustedes lo que quieran. Empezaré por los ya citados.

Talavera tiene 83.303 habitantes y Jávea cuenta con 27.060. Del resto de municipios, el que más habitantes tiene es Pollensa, con 16.157, mientras que el coruñés de Vimianzo y el gerundense de Porqueres tienen 7.270 y 4.594 habitantes, respectivamente. El municipio de Cartagena tiene 214.177 habitantes. Sin ánimo de menospreciar a nadie, llueve sobre mojado.

Sobre esta cuestión, sobre cómo nos tratan las cadenas nacionales en la información meteorológica (por no hablar de otro tipo de información) solo añadiré una cosa más. Esta misma semana, cuando informaban sobre el riesgo de tormentas en una emisión del canal 24 Horas de TVE, la de todos, indicaron que iba a llover en Cataluña, Baleares, Comunidad Valenciana y otras zonas del Este, cuando ya no quedan más zonas en el este que nuestra Región, porque Andalucía ya es el sur. ¿Se les olvidaría nuestro nombre? ¿O sería un descuido? Porque me cuesta creer que nos suprimieron a cosica hecha, como decimos por aquí. Como dice mi cuñao, ¡si es más corto decir Murcia o Región de Murcia! No creo que los astros se alineen contra nosotros para que hasta la lluvia nos esquive y vuelvan a caer las cuatro gotas de siempre. Claro, que visto lo visto, mejor así.

Al comentar estos ninguneos con algunos amigos y allegados, la reacción ha sido unánime. Que si que vergüenza, que si siempre lo mismo, que si es indignante. Quizá sí, pero no estaría mal que dejáramos de mirarnos tanto el ombligo e hiciéramos algo de autocrítica.

Recuerdo que hace pocos años, con Adrián Ángel Viudas todavía de presidente de la Autoridad Portuaria, se encargó un estudio a una consultora de gran prestigio en el sector de los cruceros para evaluar la capacidad de Cartagena para ser puerto base de estos buques, lo que supone que los pasajeros inicien su viaje desde nuestros muelles. Además de mejorar las comunicaciones, de aumentar el número de plazas hoteleras, de contar con empresas de servicios especializadas en el sector y de habilitar una buena estación de embarque y desembarque, una de las principales conclusiones de ese estudio fue que lo primero y más importante que se debía hacer era reforzar la marca Cartagena, porque mal que nos pese, cuando se pronuncia el nombre de nuestra ciudad en el mundo, una abrumadora mayoría de los ciudadanos se trasladan mentalmente a la de Indias, incluso los residentes en nuestro país. Sólo mediante ese refuerzo de Cartagena, la nuestra, la de aquí, como marca se produciría un nuevo impulso en el mercado y se dispararían las escalas.

Algo habremos hecho bien, porque el auge que ha experimentado el sector turístico en nuestra ciudad en las últimas décadas es más que notable. Y sigue creciendo, como reflejan los datos del pasado verano, en el que el aumento de visitantes registrado es de más del treinta por ciento, una estadística que cobra más valor cuando el número total de visitas en España ha caído sensiblemente. El éxito turístico en Cartagena se lo debemos al llamativo y atractivo cambio de look de una parte de su casco antiguo, a la apuesta por recuperar y explotar nuestro patrimonio y nuestra historia y, en gran medida, al empeño del Puerto por los cruceros.

Sin embargo, a veces, nos topamos con muros que se antojan infranqueables, como los del edificio comercial del paseo marítimo, todo un símbolo del fracaso de la remodelacion del muelle Alfonso XII que se acometió a principios de este siglo. Ahora, unos quince años después, nos venden que la reforma de ese mismo edificio, donde nunca llegó a abrirse el prometido restaurante de la planta superior, servirá para hacer del puerto de Cartagena un referente de ocio. Ojalá, pero me da a mí que los cartageneros hacemos demasiadas veces bueno eso de que somos el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Y, cuando se plantea la opción de sustituir los ya históricos quioscos por un miniparque infantil con terrazas alrededor para padres y abuelos, tropezamos con la obsesión por la visión del mar, que apenas taparían unos columpios y cuya visibilidad ya se ha bloqueado con otras construcciones mucho más macizas.

Nos llenamos la boca resaltando las tremendas posibilidades de nuestra ciudad y presumimos con razonable orgullo de nuestros tres mil años de historia, pero los romanos, cartagineses y otros muchos que hicieron grande a nuestra tierra ya no dan batalla. Ahora, nos toca a nosotros, a los cartageneros del siglo XXI, reclamar y defender nuestros intereses, potenciar nuestra ciudad como marca. Y no perder más tiempo en repetir errores y, sobre todo, en pelearnos sobre qué hacer para, al final, no hacer nada.

Y dejar que las oportunidades, los trenes, como las tormentas, pasen de largo.