Debo de estar haciéndome mayor. Cada vez un poco más, porque mi capacidad de asombro tiene límites condicionados en proporción al estado de ánimo con el que me levanto cada mañana. No entiendo nada. Que los ricos sean capaces de convencernos de que si mejoran nuestros sueldos nos va a ir peor? hemos llegado al límite de lo tolerado. Es tanto el poder de extender un modelo ideológico de creencias que pasa por el sálvese quien pueda y no por las soluciones comunitarias, la solidaridad y la redistribución de las rentas, que llegados a este punto me pregunto dónde está la clave para romper el hilo de lo correcto, de lo establecido, de lo que sirve para mantener el control social.

Hemos entrado de lleno en el debate de los Presupuestos Generales del Estado y todo parece limitarse a que el Salario Mínimo no puede crecer hasta los 900 euros mensuales, porque, craso error, esto nos va a llevar a la recesión, al incremento de la deuda, al fin del mundo, vamos. El coro de versados económicos, gurús varios y opinadores por doquier tratan de hacernos ver que esto es malo, malísimo, para la clase trabajadora. Es un orfeón repleto de dirigentes del PP, Ciudadanos, la CEOE (o la versión doméstica empresarial de la tierra, como la CROEM), los expertos de los servicios de estudios de los grandes bancos (que, como sabemos, son objetivos y no les mueve otra cosa que el bien común), y una gran parte de los medios de comunicación con un solo objetivo: desacreditar al Gobierno al precio que sea y con la demagogia que valga. No en balde, los Presupuestos son una de las grandes armas que los Gobiernos tienen para reflejar sus políticas. Son el reflejo de a quién sirven, a quién colocan en el centro de sus medidas.

Una de las cosas que peor llevo, lo confieso, es que entre ese coro que maldice cada día que el PP y Rajoy fueran desalojados de la Moncloa se encuentran los medios de comunicación confesionales católicos. Esta misma semana, sin ir más lejos, en debates casi simultáneos de Trece Televisión y Popular TV, sus contertulios de sus programas que sientan cátedra hacia la opinión pública defendían argumentarios similares: los socialistas nos van a llevar a la ruina. Que si el diésel, que si el impuesto de sociedades o el de las transacciones financieras y a las grandes tecnológicas? Todo malo, malísimo? ahora que la economía se ha recuperado, nos dicen con descaro. De las inversiones en educación, la revitalización del sistema de la dependencia, el acceso a la vivienda de alquiler, la actualización de las pensiones? nada de nada.

Si ya de por sí es lamentable que ese discurso dominante cale en amplias capas de la sociedad, tratando de olvidar la década de ajustes y de aumento desmesurado de la desigualdad, que lo propaguen televisiones y radios católicas me duele en lo más profundo. Qué lejos queda la Doctrina Social de la Iglesia, qué lejos quedan aquellos valores de la justicia, la igualdad y la opción por los pobres cuando se suman a quienes apuestan porque los mercados sean los padres y las madres del futuro de las personas. Será porque me estoy haciendo mayor, pero ¿por qué cada vez me sorprendo menos? Confío en que San Romero de América les invite a convertirse? o por lo menos a callarse.