Si todo es como la previsión meteorológica indica, que así suele ser, estarán ustedes leyendo esta columna bajo un torrente endiablado de lluvia o a punto de un torrente de ese tipo. Prevénganse pero no se alarmen, porque esto es lo que hay.

Sabrán que todos los indicadores nos están diciendo que el calentamiento global está construyendo en nuestra área mediterránea a la aparente paradoja de un clima más seco pero con más torrencialidad. Vivimos en un territorio tan bello como extremo, donde las fluctuaciones del clima no son singularidad sino norma; donde no existen avionetas fantasmas que cambien la lluvia, sino que es el propio clima el que es fantasmagórico e imprevisible. Donde la potencia del clima nos sorprende una y otra vez haciendo que nunca tengamos el paraguas a mano cuando llueve mientras que siempre escampa cuando al final atinamos a encontrarlo. Donde no es acertado olvidarse de sustituir aquel impermeable que prestamos en la última remota lluvia, pero tampoco es posible terminar de guardar en el armario la ropa veraniega para que espere la próxima temporada rodeada del aroma de alcanfor que rememora tiernos, añorados escenarios infantiles.

Aquí no hacemos las cosas a medias. Cuando llueve en esta tierra es porque llueve de verdad, y las alteraciones asociadas al cambio climático tienden a extremarlo. Lluvias torrenciales, sequías impenitentes, inundaciones, pedrisco, calor a destiempo, sudores y fríos, flores que florecen cuando no les toca, nieve sorpresiva, boutiques que no saben qué exhibir en el escaparate, cultivos arrasados o que fracasan, goteras, peligro de gota fría, hasta lluvia de renacuajos y ropa tendida que se tiñe en ocasiones de arena sahariana...

La verdad es que no tenemos muchas opciones, pero habrá que inventarlas. Ante el cambio climático, las palabras mágicas serán 'adaptación' y 'mitigación'.

Mitigar el problema requiere una respuesta conjunta y coordinada a nivel internacional para la que desde aquí lo único que podremos hacer es apoyar y colaborar, aplicando políticas, tecnologías o medidas que consigan reducir las emisiones de gases de efecto invernadero o mejorar los sumideros de los mismos. Para la adaptación sí podemos hacer más cosas, ajustando nuestros sistemas al clima en el máximo que sea posible.

Los especialistas sabrán cómo emprender en Murcia esta adaptación al clima. Yo me limito a intuir que es imprescindible y urgente hacerlo. Y que la adaptación al cambio climático en nuestra tierra deberá incluir, además de un mejor urbanismo que prevenga los daños por las inundaciones, tanto las formas en las que nos procuramos el agua, incluyendo la recuperación, si acaso modernizada, de las viejas técnicas de la cosecha de agua, como las maneras en la que la empleamos, la recirculamos, la rentabilizamos y la economizamos. Todos los sectores productivos, toda la vida social y toda la organización política en nuestra pequeña tierra están concernidos por este reto en el que tenemos el cien por cien del protagonismo hacia nuestro propio futuro.