El error fue mucho más que un lapsus. Si somos benévolos, cabe pensar que la lectura de los números romanos que hizo la portavoz de Podemos en el Congreso, Ione Belarra, el pasado martes durante una rueda de prensa, al rebautizar a Felipe VI (sexto) como IV (cuarto), era una malvada broma sobre el monarca de la Casa de Austria que tuvo que enfrentarse a la sublevación catalana de 1640. Pero eso hubiera sido suponer que Ione conocía la existencia de Felipe IV, sabía situarlo en el siglo XVII, y hasta sabía contar por siglos, lo que resulta muy dudoso entre buena parte de los titulados españoles desde la entrada del sistema LOGSE, que es el que ha maleducado a estas generaciones y sigue haciéndolo.

Y es que no fue un lapsus: hasta dos veces repitió ´Felipe Cuarto´. Es decir, que no sabe leer números romanos, lo que no es un crimen, desde luego, pero nos sirve para aproximarnos, siquiera levemente, al hundimiento de nuestra enseñanza en las últimas décadas. Con el añadido de que la Ignorantísima Señora Belarra es psicóloga dedicada al mundo de la educación, ha trabajado en alguna universidad y es miembro de la Comisión de Educación del Congreso. Lo tiene todo. Y en estas manos estamos.

En efecto, han sido miembros de las diversas especies de ´gogos´, como los llama un amigo, los que concibieron e implantaron las leyes educativas que hoy sufrimos. Y cuyo principio vertebrador esencial es que los conocimientos no son importantes. ¿Cómo vas a agobiar a un joven para que aprenda algo, con el riesgo de que en el esfuerzo se le quiebren la hiel o el occipucio, cuando ese algo es trivial para la verdadera formación ´en valores´ y encima está en la red? ¡Por Thor, por Lenin, por Maduro, ´quel horreur´! Si alguno de ustedes se adentrara en la selva tecnocrática puesta en marcha, en comandita, entre la izquierda que la concibió y la defiende, y la derecha, que la mantuvo y hasta la perfeccionó, y que es hoy lo que reina en nuestro sistema educativo; si supieran que para enseñar a Cervantes o Latín (¡no, latín, no, lengua imperial, prácticamente expulsada de nuestras aulas!) hay previamente que rellenar ochocientos mil folios de, a saber: objetivos, criterios de evaluación, conceptos, procedimientos, actitudes, estándares de aprendizaje evaluables, esenciales y no esenciales, valoración, ponderación, instrumentos de evaluación, análisis y observación, criterios de calificación, autoevaluación y evaluación de la práctica docente, procedimientos de recuperación, contenidos transversales y, las reinas de la casa, competencias y perfiles competenciales, y contribución de todo lo anterior a la adquisición de esas competencias básicas o clave, según escuelas y leyes. ¡Uff! Esta es la jerga bochornosa que se exige y en la que se forma a los futuros profesores en vez de enseñarles ecuaciones, sintaxis... u ¡ortografía! Y claro, luego llegas a Cervantes con la lengua fuera. Literalmente. Y lo único que se te viene a la cabeza es «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace€»

¿Qué pijo les importará, pues, Cervantes a estos progregogos? Dicen que ahora el protagonista es el alumno. Otro ejemplo de posverdad, de falsedad sentimentaloide-emocional que oculta los hechos: nunca el alumno y la cultura fueron menos importantes en ningún sistema de enseñanza conocido. Lo único relevante es rellenar programaciones absurdas, completar impresos, dar satisfacción a una burocracia pedagógica asfixiante en la que a nadie le preocupa si los jóvenes aprenden algo. Eso ya no importa. Si importara, habría reválidas.

Como no importa que la portavoz parlamentaria de un partido que está decidiendo el futuro de España resulte una completa ignorante de su historia. Para qué, si a lo que aspiran es a deshacerla.