Te levantas a las siete de la mañana. Has pasado mala noche, pues el niño no lograba conciliar el sueño (los malditos dientes). Además, no te acostaste de muy buen humor, pues tuviste tus más y tus menos con tu pareja. Pero hoy ya es viernes y con suerte caiga una cervecita con algún amigo después de trabajar, porque es tu pareja quien recoge a vuestro hijo de la guardería. Lo hará sobre las cuatro de la tarde, después de que el niño haya comido y hasta dormido algo de siesta.

Pero, antes de poder disfrutar de esa bendita cerveza, has tenido que pasar por una larga semana en la que tu compañero de departamento te ha hecho la vida imposible (menos mal que es el único al que no soportas y es llevadero); tu jefe te ha adelantado el plazo para presentar ese proyecto para el que te han dado tres días menos de lo normal y no sabes de dónde sacar horas; te has retrasado en pagar el alquiler, porque hace dos meses que el casero te lo subió doscientos euros y te pilla algo apretado; la guardería bilingüe del niño te quita de golpe quinientos euros; y tu pareja te reprocha que llevas meses ausente.

Con tu hermano hace semanas que no hablas. Tus reuniones con amigos las exprimes como si nunca más fueran a suceder, pero la mayoría son con niños y en restaurantes con zona infantil. Dejaste de ir al gimnasio (ese dinero lo puedes invertir en mil cosas más necesarias, te dices). El sexo con tu pareja es esporádico, pero os seguís queriendo. Juntos sois más fuertes. Juntos sacáis adelante a vuestra gran familia.

Tus días pasan. Casa, guardería, oficina, casa. No tienes tiempo para nada, todo cronometrado, y la mochila cada vez se hace más pesada. ¿A quién culpamos de tener que vivir en tensión continua? ¿A quién culpamos de que el estrés se instale en nuestras vidas hasta ahogarnos? ¿A quién culpamos cuando un padre olvida a su hijo en el coche y el bebé muere?

Ese viernes no disfrutaste de esa cerveza ansiada cuando comenzabas la jornada. Ese viernes, sobre las cuatro de la tarde, te sonó el teléfono. Era tu pareja: «Oye, me dicen en la guarde que el niño hoy no ha estado aquí. ¿Dónde estáis?». Tu vida, que a pesar de todo y de todos, era feliz, se hunde bajo tus pies. Por un instante quieres pensar que es una broma, pero esa llamada te traslada a las ocho de la mañana, a tu coche, cuando lo aparcaste frente a la guardería (como todos los días). Pero en esta ocasión, tu cabeza iba a mil (ese proyecto dichoso; el alquiler?), cerraste el coche y te fuiste rápido a la oficina. Un día más.

Esta no es la vida real de ese padre que hace un par de semanas (no logro quitármelo de cabeza) perdió a su bebé al olvidarlo en el interior de su coche, pero podría serlo. Nunca lo sabré. Pero lo que sí sé es que es el tercer o cuarto caso ocurrido en nuestro país en poco tiempo. ¿Qué vida llevamos? Hay que frenar, coger aire. La vida no debe ser estrés. La vida no es esto. No es justo.