Recogiendo el fruto de los disparates de Roca Barea, la autora de Imperiofobia, y en su patria malagueña, Pablo Casado ha comentado que la Hispanidad es el hito más importante de la Humanidad junto a la romanización. Romanitas/hispanitas, dice la copla desde san Isidoro de Sevilla hasta Ginés de Sepúlveda. Luego, se repitió cada vez que se quiso mostrar la fraternidad entre Mussolini y Franco. Uno de los intelectuales del régimen, Giménez Caballero, no se cansó de repetirlo. Por supuesto, como a su ideóloga inspiradora, la Commonwealth no significa nada para ellos. Imperios son el romano y el español. Que los británicos hayan dejado al mundo un puñado de democracias estables y modélicas, y que los españoles fecundáramos un grupo de países que están cerca de ser Estados fallidos, eso al parecer tampoco significa nada para ellos. La Hispanidad y la Romanidad juntas. Casado y Salvini.

Contrasta el valor que Casado concede a la Hispanidad y el escaso respeto que otorga a los españoles. Ante los presupuestos que han pactado el PSOE y Podemos, y que representan un paso en la dirección de que los españoles tengan derechos materiales cercanos a los alemanes y holandeses, Casado ha estallado en cólera. Pero, ¿cómo de grande fue esa Hispanidad que todavía no es capaz de garantizar a los españoles el mismo nivel de vida que el de los europeos? ¿Es que los españoles no nos merecemos tener un salario mínimo un poco más digno? ¿Ni tener una educación pública que acoja a nuestros hijos de uno a tres años? ¿Nuestras madres y padres, no merecen tener lo que tienen los daneses, ese pueblo que no descubrió un nuevo mundo? ¿No podemos ofrecer a nuestros jóvenes una universidad más asequible, si no gratuita?

¿Qué tipo de grandeza se celebra cuando miramos el presente y se nos dice, escandalizados, que por aproximarnos a nuestros socios y amigos europeos, iremos a la ruina? ¿Es que sólo podemos sobrevivir como pueblo si seguimos explotando de forma inmisericorde a nuestros trabajadores? ¿Solo podemos ir por la historia si aplicamos las políticas de Rajoy y hacemos pagar a los ancianos las medicinas? ¿No será acaso que, si se muestra que se puede mejorar de verdad la vida de los españoles del presente, debería caérseles la cara de vergüenza a los políticos que nos han gobernado durante una fase de acumulación imponente, sin permitir que la riqueza se canalizara a través de servicios públicos mejores?

¿Durante cuánto tiempo más tendremos que usar ese patriotismo de hojalata para compensar políticas infames? Aceptemos que aquello que se inició el 12 de octubre de 1492 fue algo grande. ¿Qué queda de su grandeza en Casado? ¿Acaso persuadirnos para que no tengamos un sistema fiscal más justo forma parte de esa grandeza? ¿Gritarle al presidente del Gobierno que es un okupa? Esos energúmenos que insultan al presidente que ha tenido el coraje de desafiar a su propio partido, trabajar en condiciones casi imposibles de crisis institucional, y proponer los Presupuestos más sociales de la democracia, ¿qué noción de grandeza tienen? ¿Asustar al público con el espantajo de que Iglesias es el vicepresidente económico, como si fuera el coco, es algo que esté a la altura de Cortés, Pizarro o Cabeza de Vaca? ¡Por favor!

Y todavía se ha atrevido a decir que estos presupuestos son el primer paso para acabar como Venezuela. ¿Pero no quedamos en que hemos transmitido por todo el mundo la mejor cultura? ¿No es Venezuela parte de nuestra Hispanidad? ¿A qué le tememos? La incompetencia de estos políticos es de tal índole, que no pueden hablar sin insultar a la inteligencia. A comulgar con ruedas de molino ha enseñado la señora Roca Barea al público de las derechas de este país con la arbitrariedad de su populismo histórico, y ahora los políticos de PP administran el nuevo sacramento con la desfachatez de tonsurados intocables. Es tan poco verosímil su posición, que los ciudadanos razonables debemos sentirnos felices. Desde luego, así no pararán lo que viene. Y no lo pararán porque, con historia grande a sus espaldas o sin ella, los ciudadanos de carne y hueso del presente de este país no van a caer en los cantos de sirenas de estos populistas.

De todo lo que hemos vivido en el pasado cabe decir solo una cosa. Hemos sido un pueblo sufriente. Ahora no nos dejaremos engañar. Con orgullo, y frente a los que se reían, hoy resulta evidente que Podemos ha aprendido. Ahí está Errejón, defendiendo sin reservas lo que hace Iglesias, y ahí está Iglesias haciendo lo que defiende Errejón. Un nuevo ciclo político se inicia en España. Es posible que estos Presupuestos no salgan aprobados. Pero nadie podrá ocultar quiénes los han bloqueado. Nadie olvidará que por enésima vez se habrán aliado Puigdemont y los herederos de Rajoy para impedir que esta ciudadanía goce de algunos elementos básicos de modernización. Ellos son los verdaderos aliados, como ya he sugerido varias veces desde estas páginas. Cuando Torra lanza un ultimátum, cuando insiste en que lo que sucedió el día 1-O fue la proclamación de la República Catalana, no hace sino dar motivos a los fiscales para calificar de forma extrema los delitos de los políticos de ERC en prisión.

En ambos casos se demuestra la escasa fiabilidad y responsabilidad de estos políticos catalanes. Su capacidad de medir los tiempos, de controlar la agenda, de entender el ritmo de los procesos políticos, de comprender el Estado y las lógicas de la división de poderes (por cooperativos que estos sean), les quita toda autoridad para imponer de forma perentoria la dirección de una negociación que será larga y compleja. Desmontar la bomba de relojería instalada por un loco no es un asunto de ultimátum ni de prisas.

Lo que está en juego es la estabilización suficiente del electorado de centro izquierda, y desde luego los gestos de los Comunes de Cataluña sobre la reprobación de la monarquía no ayudan en nada a esto. Sin duda se deberá ser más cuidadoso para que lo que ayude en Cataluña no destruya en Madrid o en Valencia. Pero en todo caso, esa estabilización suficiente pasa por la aprobación de estos presupuestos y el mantenimiento de Sánchez al frente del Gobierno hasta el 2020. Ese puede ser el inicio de un ciclo largo de centroizquierda que obligue a reposicionarse al centroderecha, y que genere el margen temporal para enfocar el conflicto catalán con una propuesta adecuada de reformas generales. Sólo la estabilización de un electorado de centro izquierda masivo, como la que le permitió a Felipe González desplegar el actual Estado, puede sacarnos de la presente confusión.

Los sectores del progresismo catalán tienen que decidir qué hacer. Si seguir las indicaciones de un oportunista que juega a la aventura de producir una crisis general española o reconstruir una cooperación con las fuerzas de progreso de España capaz de crear el clima de madurez que permita, en el medio plazo, satisfacer las históricas aspiraciones nacionales catalanas.