VOX siempre ha estado aquí. Podría ofrecer una guía de los bares donde se expresan sus bases. Abarca una ruta por todos los barrios, los de arriba y los de abajo. Murcia no es Munich años 30, pero si pones la oreja lo parece. No hay estrados desde los que se lancen las proclamas, pero el sonido viene de las barras y de las mesas. Puedes tomarlo como cosa friki, pero se trata de gente que vota. No saben que son de Vox, porque el fenómeno antecede a Vox, pero de pronto hay un recipiente, una urna, que se titula Vox. Lo mismo dan con ella. Si hay un tío que sale en la tele diciendo lo mismo que dice un espontáneo en un bar, el discurso básico adquiere legitimidad, se completa, se redondea. El dinosaurio estaba ahí, y cuando despertamos, ahí seguía, sólo que ahora no como el dibujo de un sueño, sino como un predador autorizado, real, dispuesto, decidido.

En junio de 2016, últimas elecciones, coincidí en un bar cercano a nuestro colegio electoral con mi amigo Juanfran, y tomamos una cervezas antes de dirigirnos a nuestra respectiva mesa. Me dijo: «Estoy hasta semejante parte de los del PP; se lo están llevando crudo: Fulano, Mengano y Zutano». Y añadió una ristra de adjetivos irreproducibles sobre algunos dirigentes regionales y nacionales del PP, partido que entonces gobernaba en España, en la Comunidad y en el municipio de Murcia. Me sentí autorizado para preguntarle: entonces, ¿a quién vas a votar? Me miró como si no hubiera entendido nada: «¿A quién voy a votar? Al PP, claro». Pero... Y me lo explicó: «Éstos se lo llevan, pero si gobernaran los otros harían lo mismo. Prefiero que se lo lleven los míos, que son unos sinvergüenzas, antes que los sinvergüenzas de la izquierda».

No es una caricatura ni un prototipo inventado. Hay testigos. Aparte, no dejo de conceder coherencia a Juanfran, no desde mi punto de vista, sino desde el suyo. Pero es a partir de ese esquema prefabricado de coherencia sobre una base ideológica que prima el pensamiento reptiliano sobre cualquier complejidad como se ordena todo. También, desde la izquierda, con otros elementos. Por eso no es extraño que Vox emerja. Estaba ahí, a la espera de la aparición de las insuficiencias de los otros.

Dice Rufián, otro Juanfran, que le duele no votar unos presupuestos sociales, pero más le duele votar los presupuestos de ´un Gobierno de carceleros´. Prima su fantasía independentista, un globo utópico, sobre la función natural de la gestión, aquí y ahora, en favor de los administrados. Una actitud involuntariamente equivalente a quienes desde el PP se oponen a que el salario mínimo alcance los 900 euros, cifra todavía lejana a la de los países del entorno político, porque prima la oposición a ultranza frente a la lógica de las aspiraciones ciudadanas.

Es el perfecto caldo de cultivo para que en las cervecerías de Munich cundan los discursos que reclaman (desde hace tiempo los reclamaban) a algo así como Vox.