El proyecto de presupuestos pactado estos días entre PSOE y Unidos Podemos supone, ya lo habréis oído, unos 5.000 millones de gasto adicional. No sé si os parece mucho, poco, disparate o chocolate del loro, pero, como hacen en el cole al estudiar el Sistema Solar, lo mejor para medir las cosas es compararlas con otras. Si Júpiter es una manzana, la Tierra es una castaña. Si el aumento propuesto en becas, dependencia, comedores escolares, I+D+i y lucha contra la violencia de género y la despoblación rural (entre otras medidas) es una castaña, el dinero fundido en el rescate bancario (60.613 millones) es un balón de (perdón por el símil) balonmano. Otros agujeros negros que podrían aportar perspectiva serían los 4.000 millones del rescate de las autopistas (un níspero), los 40.000 millones de dinero negro aflorados en la amnistía fiscal (un pomelo que finalmente tributó al „ejem„ 3%) o el melón canario de 47.000 millones al año que consiguen defraudar las grandes empresas, según Gestha.

Si se me está notando lo bien que me lo paso poniendo frutas y balones de balonmano encima de la mesa esperaos a que os cuente la panzá a reír que me he pegado escuchando las reacciones que nos ha regalado la derecha, desde ese Albert Rivera saliendo en defensa de 'la clase media trabajadora' que sufrirá un aumento del IRPF (solo las rentas superiores a los 120.000 euros al año) y criticando al mismo tiempo la subida del salario mínimo, hasta ese Pablo Casado llamando a Bruselas para que nos intervengan las cuentas de urgencia y nos suspendan la soberanía presupuestaria.

El caso es que, simultáneamente, se está quedando un mes estupendo, entre el día de la Hispanidad y el cuarenta aniversario de la aprobación de la Constitución en el Congreso, para hablar de banderas y patrias, y no sé vosotros, pero lo que es yo, después de ver a trescientos políticos de derecha envueltos en la bandera como si fueran un kebab, me pregunto qué hay dentro de tanto patriotismo vociferante. Casi al final de la Guerra Civil, Antonio Machado escribía: «En España lo mejor es el pueblo. Por eso la heroica y abnegada defensa de Madrid, que ha asombrado al mundo, a mí me conmueve, pero no me sorprende. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invaden la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre».

Es una frase que me viene a la mente todos los octubres, pero este año más, porque el calendario político ha envuelto a los Riveras y Casados en la rojigualda y, al mismo tiempo, los ha obligado a oponerse a los tímidos aumentos propuestos en las pensiones, en las becas, en las escuelas infantiles y en la lucha contra la pobreza energética, entre otros.

Como esas estrellas del deporte con pulseritas patrióticas que pasan el domicilio fiscal a Suiza, porque una cosa es que me adoren y otra tributar, la sensación que nos han dejado es que las banderas están muy bien, pero (al menos desde que se hacen en China) salen demasiado baratas. Para tener un país de puta madre, en cambio, no basta con poner muchas en los balcones, lo que hace falta es invertir. Lo siento por los pablos, qué pena por los alberts.