Parece que los egos desmesurados no solo envuelven a Zetapé y a Pedro Sánchez. Si el primero aspira al premio Nobel y el que no tiene la tesis hecha ha llegado a situarse al lado del Rey de España en un besamanos para saludar al populacho en el colmo de la representación del ridículo, los académicos de la lengua están estremecidos ante la pretensión de otro pro-socialista de mangonearles.

A finales de este año toca renovar la cabeza de la Real Academia Española (RAE), en la que su actual director, Darío Villanueva, no quiere seguir. Esta renuncia coincide en el tiempo con los movimientos del exdirector de El País, que se está postulando para el cargo.

Alguien como Juan Luis Cebrián, cuya trayectoria profesional ha estado tan marcada políticamente, no encaja mucho con la imagen de pulcritud que debe tener y que quiere transmitir la institución. Pero el miedo impera, y muchos miembros de la Academia no se atreven a expresar su miedo a que les dirija alguien a quien no consideran capacitado para el cargo. Por otra parte, sospechan que se trata de una estratagema del Gobierno para darle un giro con matices de lenguaje inclusivo al texto de la Constitución. Da un poco de vértigo pensarlo, pero todo encaja.

Con una gestión en entredicho en el grupo Prisa, no parece Cebrián el gestor que necesita el santuario de la lengua española, que va a cerrar el curso con cerca de dos millones de déficit y que apenas recibe un tercio de las subvenciones de antaño. Despojado de todos sus cargos en su empresa de origen, el aspirante al cargo se ha granjeado fama de soberbio y ambicioso (se ve que es lo que marca tendencia ahora).

Se va Villanueva porque considera que ha llegado la hora de designar a un director que responda a un perfil de gestor, más experto en el ámbito de la empresa que en la filología... Virgencita, que se queden como están, que si siguen por esa senda y se empeña Cebrián en obedecer a sus colegas, impone el Plan E de la lengua y la transformación social de las palabras y se lo carga todo como hacen siempre.