Si un ser superior nos dijera cuánto tiempo hemos perdido hasta ahora, seguramente nos daría un patatús. No solo eso. Si otro ser, y éste no es necesario que sea superior, nos dijera el tiempo que nosotros hemos hecho perder a los demás, el telele sería doble. Se pueden echar por la borda horas, días o semanas de una vida por muchos motivos. Uno de ellos es no asumir la responsabilidad de las cosas. Lo que comúnmente se conoce como echar balones fuera. Desde ir de cola en cola y tiro porque me toca, hasta ser espectadores de cómo un partido político es incapaz de admitir que su responsabilidad más básica es que los servicios funcionen. Es raro, por no decir imposible, escuchar a un representante público decir «me responsabilizo y trataré de que no vuelva a suceder». Así, los ciudadanos nos hemos acostumbrado a las declaraciones en las que unos echan la culpa a los anteriores y los anteriores a los posteriores. No nos damos cuenta, ya han pasado ocho años y la vida sigue igual. ¿Quién no ha tenido un compañero de trabajo que ralentiza todas las tareas porque jamás entrega lo suyo a tiempo? Es el clásico que echa la culpa a menganito, que no le pasó la documentación, y a fulanito, que no hizo la llamada cuando debía. Como cuando éramos niños y la culpa de que la habitación no estuviera ordenada era de cualquiera, menos nuestra.

Demasiado a menudo, una amiga recibe una llamada de enfermeros de una residencia informándole que su familiar se ha caído. Patina en el comedor, cuando pasea por el pasillo, cuando le duchan e, incluso, por la noche. Mi amiga, que no comprende cómo es posible que su progenitor se caiga cuando se supone que un auxiliar le está duchando, o cuando está acostado en una cama con barrotes, pregunta: «¿Cómo ha podido pasar?». Ellos siempre tienen a qué echarle la culpa. A la medicación, a su desconcierto o a su excesiva actividad. Jamás ha oído lo único que, realmente, le devolvería la confianza en los profesionales: «Ha sido responsabilidad nuestra. Nos hemos despistado. No volverá a pasar». Ser honestos no siempre es malo.

Durante una jornada de presentación de buenas prácticas en el ámbito de atención a personas vulnerables, un psiquiatra admitió que los casos difíciles suelen derivarse a todos los servicios habidos y por haber. Nadie quiere la patata caliente en sus manos. Así que, una persona con una realidad compleja va de aquí para allá y no hay profesional que asuma su mínimo bienestar como un objetivo prioritario. ¿Por qué será que siempre pierden los mismos? Mi primo pilló a su mujer viviendo un romance con un amigo de la adolescencia. Ella estuvo tentada de echarle la culpa apelando al ´trabajas demasiado´ y al ´ya no nos comunicamos lo suficiente´, pero no. Admitió que lo sentía. La vida es así.

Encontrar el recambio de una goma de una mampara de ducha ha motivado este artículo. Pasé medio sábado en un centro comercial yendo de la zona de baños a la de ventanas y, de ahí, a la de pintura, hasta que un buen hombre de la sección de electricidad me dijo: «Señora (qué mal sienta ese palabro), esto ya no se hace. Cámbielo todo». Las cosas claras. Al fin.