En estos tiempos en los que tenemos un día mundial para todo, hemos conmemorado esta semana el Día Mundial de la Visión, una fecha que ha pasado más que desapercibida, porque la mayoría de los videntes no son capaces de ver lo que tienen frente a sus ojos, delante de sus narices.

La Organización Mundial de la Salud estima que unos 285 millones de personas sufren discapacidad visual. Unos 39 son ciegos y 246 padecen baja visión, con una agudeza visual de entre el 10% y el 30% o un campo de visión inferior a 20 grados. No obstante, conozco algunas personas que dependen de su bastón para moverse y, sin embargo, se enteran y ven mucho más que otros que conservan la vista. Porque, aunque sea un topicazo, no puede ser más cierto eso de que no hay más ciego que el que no quiere ver.

Y es que enfrentarse a la realidad, asumir lo que ven nuestros ojos, atreverse a mirar las cosas de frente es más complicado de lo que parece. Sin ir más lejos, esta misma semana ha llegado a nuestra Cartagena una nueva oleada de pateras con decenas de inmigrantes, de esos por los que medio mundo nos estamos peleando, y no precisamente para ayudarles y convertir en algo de realidad esa tierra prometida con la que les han engañado, sino por tenerlos cuanto más lejos mejor, porque son peligrosos y vienen a quitarnos el pan y el trabajo u otras excusas similares con las que tratamos de autoconvencernos de que no podemos hacer nada más que mirar para otro lado.

Y en esas estamos, cuando uno de esos extranjeros, uno de esos sin techo, uno de esos sin nombre, de esos que esquivamos cuando nos cruzamos por la calle, de esos que nos encontramos en el suelo de los cajeros automáticos, de esos que nos molestan e incomodan en las terrazas de los bares cuando saboreamos una cerveza... Sí, uno de esos ha salvado a Pedro, el vecino de 80 años que padece alzheimer, cuya desaparición durante un día y medio nos ha tenido en vilo a todos hasta que nuestro sin techo le contó a un amigo de su familia que lo había visto y que le compró comida y bebida porque el abuelo se lo pidió.

Quizá Pedro, al que encontró su propia hija acurrucado y herido debajo de un pino, olvide este encuentro con su inesperado ángel de la guarda a causa de su enfermedad, pero todos deberíamos ver y tener muy presente que aquella parábola del buen samaritano está más vigente que nunca, que mientras la mayoría pasamos de largo ante los problemas y miserias de los demás, de nuestros iguales, gracias a Dios, aún queda gente que tiene menos motivos que otros para ayudar al que sufre y lo hace sin dudarlo.

Y mientras, quienes dan la cara en la escena pública, quienes deberían dar ejemplo, quienes deberían fomentar la solidaridad, la concordia y el entendimiento se dedican a provocarse con insultos y guiños de ojo, a llamarse imbécil y otras lindezas, a lanzar patadas tras una sonada bronca.

Y así nos va, porque dejamos que nuestros ojos nos distraigan con disputas de banderas y territorios y somos incapaces de apreciar que lo importante lo tenemos a nuestro lado, ahí, justo delante. ¿O es que no lo ves?