Si, en el futuro, España sigue siendo la que ha sido durante los últimos doscientos años (tras la pérdida de la España de ultramar), no se deberá a nosotros, los españoles que no tenemos que enfrentarnos a nada ni a nadie para serlo. Será gracias a los vascos y catalanes que han sostenido la idea y el sentimiento de España durante los últimos cuarenta años: contra el terror de una banda de asesinos, justificada y alimentada ideológicamente por los mismos que usufructúan el auténtico Régimen semi-tiránico vigente en las Vascongadas; y contra la exclusión social dictada desde la xenofobia articulada en torno al pujolismo y los catalanes 'puros', con la complicidad vergonzosa de la izquierda, sobre todo desde Zapatero y ahora 'Zánchez'. Todo adobado con la cobardía y la omisión voluntaria de una derecha a la que sólo le ha preocupado la economía.

Lo nuestro, pues, no tiene mérito, aunque hayamos empezado desde hace un año a colgar en los balcones, y en nuestro corazón, las banderas de España contra la evidencia de un golpe de Estado que destruía, ya incluso legalmente, la nunca lograda nación de ciudadanos iguales y libres, la nación democrática con la que habíamos soñado desde la Transición frente a los racistas del Norte y el Noreste. Aquí abajo podemos manifestarnos españoles y casi nadie nos lo ha de reprochar, a salvo de los cuatro tontos del haba de la extrema 'gauche crétine' y sus santiguadores.

Quienes se la juegan de verdad, quienes han sufrido y sufren cada día por su defensa de una España sentimental, cultural, histórica, sí, pero sobre todo como un espacio político de derechos y libertades, son los catalanes que hoy habrán salido a las calles de Barcelona para manifestar su deseo de seguir siendo españoles, y su rechazo al movimiento neonazi que controla Cataluña y los excluye desde hace cuarenta años.

Y he escrito neonazi, por supuesto: nacionalismo xenófobo y racista, como el contenido en las palabras de Torra sobre las 'bestias' que hablan español (y en tantas otras durante 150 años), además de económico, pues se trataba de mantener la riqueza en manos de las familias de siempre, las que también controlan al empresariado del resto de España, como en el caso de Juan Rosell; y socialismo, el de la Esquerra, tan xenófoba o más que Convèrgencia (recuerden a Heribert Barrera), o el de los hijos de la burguesía con pendiente que hoy forman la CUP, los xarnegos comprados y conversos, y buena parte de ese PSC, ambiguo hasta la hez, al que se le entregó, para que lo desactivara, el cinturón rojo de los castellanohablantes en la periferia barcelonesa.

Lo último que podemos hacer es abandonar a todos esos magníficos españoles que hoy siguen sosteniendo los derechos y la igualdad de todos. Y algo mucho más importante: la memoria y el orgullo de España. Deberíamos estar allí con ellos, en este 12 de Octubre que conmemora a una de las más grandes naciones de la historia, y que hoy es mucho más que eso: una auténtica civilización extendida por medio mundo. Fuimos la continuación de nuestra madre Roma. Y avergonzarnos por ello, como hace este Gobierno, es justamente lo que nos ha llevado al trance de desaparición en que nos encontramos, tras años de un lavado de cerebro general en todas las Españas cuyo único fin era arrancarnos de nosotros mismos y recluirnos en las patrias jíbaras.

Lo verdaderamente milagroso es que con todo ese poder en contra todavía queden españoles allí. Los últimos.