Hemos castigado tanto a ríos, ramblas y riatos que ahora se enfadan y matan gente. Es lo que tiene la falta de respeto.

En Mallorca acabamos de asistir a imágenes más propias de las inundaciones del sudeste asiático que a las históricas avenidas preindustriales mediterráneas, que básicamente consistían en que los ríos se desbordaban e inundaban todo hasta llegar al mar.

En nuestra región hace tiempo que no hay muertos por las riadas, pero los ha habido, y muchos. Quizás la responsabilidad de las inundaciones catastróficas estriba en el cambio climático, y de hecho cada vez es más evidente que el calentamiento global está detrás del fenómeno de que las lluvias puntualmente sean cada vez más torrenciales, aunque en conjunto sean progresivamente menores.

Pero lo que más interesa recordar ahora es que en las inundaciones provocadas por las lluvias torrenciales (cambio climático mediante o no) hay un fenómeno que está clarísimamente en la raíz del problema: la forma en la que ocupamos el territorio.

Llover torrencialmente lloverá en este caprichoso y a veces extremo clima mediterráneo. Pero es la intensa ocupación del espacio físico, la extensión de superficies urbanizadas y por tanto impermeables, la invasión por edificaciones, infraestructuras y obras de los bordes e incluso de los fondos de cauces, vaguadas y ramblas, la que está identificada por todos los especialistas como el principal de los factores que hacen que el agua torrencialmente caída no encuentre más sitio de salir que por la propia puerta de nuestros comercios, aparcamientos, calles centrales y casas.

Este es un problema que, aunque cada vez parezca menos frecuente, es urgente de abordar. Y la única forma de hacerlo es entendiendo cómo se comporta el agua y cuáles pueden ser sus efectos cuando las lluvias sean extremas, y eso únicamente se puede hacer a través de la planificación del territorio.

Y es que está claro que no habrá inversión ni obras suficientes para paliar el problema cuando en unas cuantas horas llueve la mitad o más de lo que debiera llover en un año. Ni más capacidad de los alcantarillados (aunque ayudaría) ni más grandes infraestructuras para desviar o retener el agua (aunque también colaboraría) ni mucho más estudio sobre puentes o infraestructuras defectuosas que entorpecen el discurrir de las aguas de avenida por los cauces (aunque, sin duda, es necesario), ni más tecnología 'punta' que probablemente no exista para un problema que cuando se mueve se mueve hacia sus mismísimos extremos.

La clave es empezar desde ya a repensar los procesos de urbanización que han sido históricamente bien poco respetuosos con la modificación hidrológica que provoca la ocupación en extenso del territorio. Saber que lo que nos ocurre cuando llueve y nos ahogamos ocurre porque nosotros mismos nos hemos dado ese modelo. Y corregirlo, más con planificación que con obras, más con inteligencia que con dinero, más con una nueva cultura del territorio que mirando para otra parte y rogando que tarde mucho en volver a pasar.