Qué miedo me da la gente que dice no arrepentirse de nada. No sé si es orgullo, falta de perspectiva o quizá soy yo quien está equivocada. Cierto es que el arrepentimiento no cambia lo acontecido, puede incluso que no sirva para nada, o tal vez, te haga tratar de rectificar o aprender para ocasiones futuras, si es que acaso alguna de estas cosas es posible.

El caso es que yo sí que me arrepiento. A mí me duele hacer daño, intencionadamente o sin querer. Y me duele sufrir daño por mi propia conducta. Y es por esto que me arrepiento. El amor propio no es orgullo. Y reconocer que uno se equivoca no es indigno.

Yo me arrepiento de cosas que hice y de palabras que dije.

Me arrepiento de aquello a lo que no me atreví o de lo que hice sin deber.

Me arrepiento de aquello callé por miedo, por falta de confianza, por desánimo o por vergüenza.

Me arrepiento de dejarme llevar a veces por la corriente y me arrepiento de luchar contra la misma en otras ocasiones, de batallar contra lo inevitable, contra lo que no está en mi mano o de quedarme inmóvil frente hechos o situaciones que sí hubiese podido cambiar fácilmente o con el esfuerzo necesario.

Me arrepiento de muchos síes que dije sin sentir o que sentí impuestos y me arrepiento de esos noes que no supe o no pude o no quise pronunciar.

Me arrepiento de decisiones o falta de las mismas en momentos cruciales. De equivocar la carrera o un trabajo o de un simple corte de pelo o de comerme un par de donuts.

Me arrepiento de no cuidarme, de no comer sano, de no hacer ejercicio, de no dormir lo suficiente, de no estudiar lo necesario, de no ser más firme, de no ceder, según el caso.

Y, por supuesto, me arrepiento de personas. Me arrepiento de haberles hecho perder el tiempo a algunas o de que otras dinamitaran el mío. Me arrepiento de abrir el corazón o sincerarme con gente con la sensibilidad de unas bragas de esparto y me arrepiento de no haber puesto más dedicación o cariño en otras que realmente lo necesitaban y lo merecían. Me arrepiento de alguna que otra segunda oportunidad, de no darla y de darla a quien hizo un mal uso de ella.

Y al fin, me debato entre no hacer o decir aquello de lo que pueda arrepentirme mañana o vivir de tal modo que no pueda arrepentirme nunca.

Creo que la vida va de saltar o no saltar y que, a veces, solo el tiempo nos dirá si era un buen momento, si el agua estaba limpia o si, por el contrario, la piscina estaba vacía.