El segundo periódico más antiguo de España tras Faro de Vigo, de este grupo editorial, ha cerrado. A punto de cumplir los 120 años, El Correo de Andalucía ya no está entre nosotros. Ni la edición impresa ni la digital. Y sus exequias tampoco es que hayan removido los cimientos del orbe concienciado. Más que nada, se ha sentido en familia.

Y eso que no ha sido un diario cualquiera. En la recta final del régimen anterior se convirtió en una referencia. Con Franco en El Pardo aún lozano dio cabida a una información laboral que no se encontraba al alcance de cualquiera, salvo que se militara en los sindicatos de clase. En su consejo reinaba la Iglesia y ya se sabe que ésta, en cuanto huele la vuelta a la tortilla, se apunta a un bombardeo. Fue con el cura Javierre, un baturro de armas tomar, cuando la cabecera se tornó combativa y ya, en los estertores de una época puñeteramente gris, director y subdirector acabaron en la trena, éste por publicar una entrevista en octubre del 74 con Isidoro, Felipe González para los millennials, a la vuelta de Suresnes en el R-8 de Arfonzo con la secretaría general bajo el brazo.

Ahí El Correo alcanzó su esplendor y llegó a vender más de 50.000 ejemplares, lo cual era una exageración como todo junto al Guadalquivir. Pero la empresa no contó con los resortes adecuados para aprovechar la situación, malvivió apagándose poco a poco, pasando de mano en mano hasta ir a parar durante un tiempo a unas afines al pesoe en este caso, lo que, barruntará el avieso lector, no resultó más que el presagio de una muerte anunciada.

Y así ha sucedido. Impregnado de voluntarismo, el ansia por contar cuanto ocurría fue, en medio del secretismo oficial, el impulsor de un periodismo de valientes. Lo sé porque, entre ellos, di los primeros pasos. Hoy se han trastocado las trazas. La presencia de grandes grupos mediáticos impregnados de equis intereses financieros es lo que pone en situación de riesgo la esencia del oficio y de entornos plurales.

Seamos realistas, pidamos lo imposible.