Al ingeniero informático Justin Rosenstein se le ocurrió un día una idea llamada a pisar fuerte en las arenas movedizas de las redes sociales: ofrecer a los usuarios de Facebook la posibilidad de convertirse en portavoces de su afinidades o preferencias sin más esfuerzo que un clic. Rosenstein inventó el like. O sea, el ´me gusta´. Un pequeño paso para el ser humano pero grande para el futuro del imperio Zuckerberg, convertido en un gigantesco tribunal de cuentas y recuentos. Considerado uno de ´los herejes de Silicon Valley´, el ´fugitivo´ es un enemigo declarado de la ´economía de atención´ implantada por la presencia invasiva de la publicidad en Internet.

Rosenstein no estuvo mucho tiempo en la compañía (año y medio) porque montó su propio negocio pero su legado perdura y se ha extendido al resto de redes. Un legado, por cierto, del que no se siente nada orgulloso. Más bien está arrepentido de estar detrás de una función que, para él, ha perdido la razón de ser original. Como hombre práctico que es, Rosenstein no titubeó a la hora de ordenar al asistente virtual de su teléfono móvil que configurara una función de control parental para impedir que baje cualquier aplicación. El sistema operativo de su ordenador portátil está programado para bloquear Reddit y Snapchat (lo compara con la heroína) no tiene futuro en sus manos. Más vale prevenir que curar: mejor mantener a buen recaudo la tentación de abusar del botón a la hora de repartir ´sentencias´ a diestro y siniestro sobre el alud de información y opinión que nos llega a todas horas, casi a cada minuto, a mundo de forma impulsiva y sin razonar, a merced de la rutina que enlaza la pantalla con el dedo índice. Los cerca de 3.000 movimientos que se dedican al día a teclear un teléfono móvil empujan a sus dueños a una atención parcial prolongada que perfora la capacidad de concentración. Una bomba de relojería para la inteligencia.

Así definió Rosenstein a su ´criatura´ en una entrevista al diario The Guardian: unos ´brillantes timbres de pseudoplacer´. Muy seductores, sin duda, y también vacíos. Sin sentido, sin argumentos, sin más finalidad que disfrutar de ese instante breve pero gratificante que convierte al navegante en un pequeño juez que decide si lo que ha leído o visto o escuchado es de su gusto. La visión negativa no existe, de momento, porque el botón de ´no me gusta´ (de momento) no se puede encontrar en Facebook. «Es común que los humanos desarrollen cosas con la mejor de las intenciones, pero que éstas terminen teniendo consecuencias negativas de forma no intencional», explicó Rosenstein, quien no se ha fugado aún de la red social como usuario pero sí se ha impuesto una disciplina de tiempo para evitar ser devorado por el siempre hambriento monstruo digital: «Todos están distraídos todo el tiempo».

Distracción que convierte el entretenimiento en dueño y señor de los cauces informativos, y cuando eso sucede la información seria y rigurosa se resiente: si lo más valioso es obtener o dar un like, la verdad en estado puro pasa a ser incómoda. Una molestia. ¿Un obstáculo? De muchos ´me gusta´ vienen luego lodos que enfangan la actualidad e intoxican los espacios de debate digital. En 2007, Rosenstein creó la posibilidad de que un solo clic bastara para ´enviar pequeños fragmentos de positividad´. Gran éxito: la gente disfrutaba de ese pequeño impulso que obtenían al dar o recibir afirmaciones sociales sin darse cuenta de que cada clic era información privilegiada para Facebook a la hora de buscar anunciantes. Ahora, Rosenstein es una de las muchas mentes bien pensantes que se sienten decepcionadas con la evolución de aquello en lo que creían al principio: «Es particularmente importante que hablemos de esto ahora porque podemos ser la última generación que recuerde cómo era la vida antes», advierte, en un mensaje cargado de solemnidad que recuerda al que lanzan los científicos cuando hablan de los efectos del cambio climático que padecerán en su versión más extrema y catastrófica las generaciones venideras.

Una sociedad esclavizada por el clic es una sociedad condenada a banalizar todo, a apartar los argumentos, a reducir juicios y valores al simple acto de apretar un botón sin pensarlo dos veces. ¿Nos gusta eso?