19 de SEPTIEMBRE

Aire de madrugada. Año tras año, los bares han venido retrasando su hora de apertura, de modo que a las seis de la mañana ya no es fácil oler a café recién hecho ni escuchar ese agradable tintineo de tazas y cucharillas. No lo es salvo en lugares (o no-lugares) como la estación de autobuses de Murcia. Varias son las cafeterías abiertas ya a esta hora, mientras los viajeros bostezan bajo el ronroneo de los motores y el aire de la madrugada huele a una mezcla de cruasán y gasoil. Estamos despidiendo a Marta, que se va a estudiar un año en Bolonia y que no oculta su entusiasmo por la aventura que acaba de emprender.

20 de SEPTIEMBRE

Del campo a la ciudad. A las mejores lecturas del año incorporo hoy La España vacía de Sergio del Molino, ensayo libérrimo y muy creativo sobre la relación entre el campo y la ciudad. Cuando leo en mi salón suelo taponarme los oídos para aislarme del televisor, pero en este caso no ha hecho falta: el libro me tenía absorbido. Del Molino diserta a su aire sobre la generación del 98, el crimen de Fago, el carlismo, la Institución Libre de Enseñanza, el Quijote, la película de Buñuel sobre Las Hurdes y un largo etcétera.

Toda familia ha efectuado en algún momento ese tránsito del campo a la ciudad. Mi madre es urbanita de primera generación, ya que nació en Córdoba capital, pero su madre (mi abuela, Carmen Roldán) procedía de Santa Cruz, o Santacrucita como la llamaba ella: una aldea minúscula que tuvo un papel decisivo en la guerra entre César y Pompeyo y que alojó a Cervantes mientras recaudaba trigo para la Armada Invencible. Mi abuela no sabía nada de esto, claro, pero sí me hablaba de un pozo llamado Bullón que escupía agua a borbotones, o de cómo se sentaba de niña en el trillo agarrada al rabero de los mulos.

El ejemplar más puro de la España rural que conocí en mi familia fue su madre, mi bisabuela, quien pasó casi toda su vida en Santacrucita pero acabó muriendo en una tahona de la Judería cordobesa. A mis primos y a mí nos obligaban a visitarla. Yo residía habitualmente en Barcelona y aquel edificio oscuro, con olor a pan recién hecho y a maderas viejas, me fascinaba. Pero, a la vez, aquella anciana moribunda y balbuceante que me tomaba por una niña (llevaba el pelo largo) me infundía cierto desasosiego. Entonces no lo sabíamos, pero estábamos ante el último vestigio de un modo de vida que, con ella, desaparecería de nuestra familia.

21 de SEPTIEMBRE

Buráganos e higueras. Hace unos treinta años escribí un cuento titulado Nuestra fruta predilecta. Su protagonista se transforma en árbol tras ingerir una fruta llamada burágano cuyas semillas germinan en su aparato digestivo. Esto ocurre en un país innominado donde los buráganos se cultivan a gran escala obligando a comer sus semillas a una casta de esclavos para criar nuevos frutales. El cuento apareció en El oro celeste y es el más antiguo de cuantos he publicado. Hoy ha aparecido una insólita noticia que parece inspirada en ese cuento.

En 1974, tras unirse a la resistencia turca en Chipre, Ahmet Hergune desapareció sin dejar rastro. En 2011, un biólogo se sintió intrigado al descubrir una enorme higuera dentro de una cueva y excavó a su alrededor. Ahora se ha sabido que el esqueleto que halló (y del cual nacía la propia higuera) perteneció a Ahmet. Tras asesinarlo lo escondieron en esa cueva junto a otros cadáveres y luego la dinamitaron. La explosión abrió una grieta que permitía entrar la luz y, de ese modo, la semilla de higo que Ahmet llevaba en su estómago creció y creció hasta convertirse en árbol.

22 de SEPTIEMBRE

Del Guiti a la Feria. Desde hace ya unos años, Teresa y yo comemos todos los sábados en algún local distinto de la Región de Murcia. Nos gusta explorar y, por eso, raramente repetimos, ya que la oferta es inagotable. Alguna vez he animado a mi mujer a llevar un blog de gastronomía, pero las redes sociales le atraen tanto como a mí. Hoy hemos terminado recalando en El Guiti, de Alquerías, donde sirven las almejas a capazos y preparan una exquisita codorniz a la plancha con salsa de la casa.

Cuando el Guiti se ha vaciado hemos terminado conversando (el vino ha tenido su papel en ello) con los ocupantes de la mesa vecina, dos hombres que rondarán los cincuenta y se identifican como Pallarés y Rufete. Cuando le he dicho a Pallarés que tenía un amigo en Barcelona llamado igual que él hemos hablado de la abundancia de apellidos catalanes en Murcia. Me ha revelado que en Beniel se levantan dos mojones que, desde el siglo XIV, señalan la frontera entre los reinos de Castilla y Aragón.

Son las cinco y media y digo (petulante de mí) que se me hace tarde porque he de firmar en la Feria del Libro de Murcia. Me preguntan entonces por Miguel Ángel Hernández, cuya novela El dolor de los demás se basa en un crimen ocurrido en esta zona. «Claro que lo conozco», respondo. Se une a la conversación Lidia, dueña del local, para quien no hay duda de que el asesino estaba enamorado de su hermana y víctima. Pallarés recuerda que aquél y Miguel Ángel eran monaguillos, ambos «muy callados». Rufete afirma que hubo un crimen más sangriento en Alquerías, el de ‘El Zarpa’, un cuadrángulo amoroso del que tres de sus vértices murieron en una misma noche.

Ya en la feria, me siento en una caseta junto a José Luis Martínez Valero, honorable profesor y poeta que firma ejemplares de Puerto de sombra. «Todo aparece salpicado por el polvo amarillo del tiempo». Hablamos del escritor Miguel Espinosa. Leí hace poco su correspondencia con Mercedes, su amante, y el comportamiento obsesivo que muestra Espinosa en esas cartas no me lo hizo demasiado simpático. Valero lo conoció bien. Recuerda que solía tomar nota de todo cuanto decían los demás. A él mismo lo hizo aparecer en La tríbada falsaria. Entre aquel grupo de intelectuales, ser citados por Espinosa era el mayor honor al que podían aspirar.