Entiendo perfectamente la prevención a que te piquen los mosquitos. No es agradable, claro. Y además en plena 'tropicalización' de nuestro clima como resultado del cambio climático, estos poco simpáticos bichos tienen la manía de hacerse más robustos, quizás más trasmisores potenciales de enfermedades y desde luego tienden a enriquecerse en especies, como el mosquito tigre, que ha llegado para quedarse.

Tenemos todo tipo de potingues, cremas y trucos caseros para protegernos de ellos, pero nada. Como nos enseñaron nuestras abuelas ponemos albahaca en los alféizares de nuestras ventanas, y nada de nada. Velas y espirales pueblan los jardines de nuestras casas, y nada de nada de nada. La citronella ha entrado en nuestras vidas, y nada de nada de recontranada.

No se cansen, mosquiteras, pantalones, camisas largas y redecillas en la cara son los únicos remedios caseros que funcionan, como en la selva. Y en cuanto a repelentes, prueben todos los inventos naturales que quieran pero confíen sólo en el spray más cancerígeno e insano del mercado para que haya una mínima opción de que su uso reduzca en una porción mínima la posibilidad de que los mosquitos te piquen.

Y lo propio ocurre con moscas, moscardones y tábanos de innumerables especies. Estamos vendidos, que lo sepan.

El caso es que esta situación me sugiere dos ideas, a cuál más peregrina. Bueno, una es muy, muy peregrina y otra sólo un poco. La menos peregrina, incluso con ínfulas levemente científicas, se refiere a que esto nos pasa por ser, como sociedad, tan urbanos y civilizados. ¿Se han fijado que cada vez hay menos pájaros, o menos murciélagos, en nuestras ciudades y campos? Los agroquímicos, la contaminación difusa, la urbanización de cada vez más porciones de suelo y la banalización y estandarización de los paisajes en el territorio son algunas de las causas que provocan que lo que llaman la 'fauna útil' cada vez sea menos abundante. Nada de sutiles efectos químicos de esta o aquella otra sustancia puesta en un repelente comercial, pájaros y murciélagos son los mejores controladores de insectos, simplemente porque se los comen.

La otra idea, la más peregrina, me surgió visitando una vaquería. Perspicaz como nadie, reparé en que las vacas, a pesar de estar literalmente rodeadas de moscas y cosidas a picotazos, parecían tranquilas y felices, o al menos todo lo felices que puedan ser unas vacas. Apenas unos cuantos movimientos de rabo y unas pocas series cadenciosa de cerrado y apertura de párpados para quitarse a los insectos, pero las vacas en cuestión no daban chillidos de espanto y pacían reposadamente y a su aire.

Pensé, entonces, que para quitarnos de una vez por todas la obsesión con los mosquitos, el sinvivir de los mosquitos, la problemática de los mosquitos, el gasto inútil en sustancias anti-mosquitos, tendríamos que hacer como las vacas, o sea olvidarlos y acostumbrarnos.

O para decirlo más científicamente, jodernos, como se joden las vacas. Y con perdón por decir vaca.