No está de moda el heroísmo. No ya tan sólo el heroísmo bélico. Tampoco el heroísmo cívico. Las nuevas formas de entender la vida tienen a la propia supervivencia como fin supremo. Incluso casos como el de aquel chico español que se enfrentó con su monopatín a los yihadistas en Londres no han dejado de recibir críticas en aras de esta manera de pensar. Todo héroe es sospechoso de no sé qué actitud execrable. Una lástima no se considere esa forma suprema de solidaridad. Malos tiempos son éstos de ahora para la ocasión heroica. Peor para estos tiempos, entonces. Mucho peor.

Me viene dado el tema por la visualización, en las redes, de dos acontecimientos que memoran tiempos pasados, y que atañen a héroes españoles de hace siglos. Una, fue en la primavera. En San Agustín, Florida, celebran el varias veces centenario nacimiento de la ciudad, por manos españolas. Aquella ciudad se la jugaba acogiendo a esclavos negros de los estados libres de Norteamérica. Los habitantes de hoy, vestidos de época, celebran sus raíces españolas. Y tienen a gala ondear la bandera de la Cruz de San Andrés, junto a la española actual. Como español les agradezco su gesto.

Otro vídeo es el homenaje que, en la costa occidental de Irlanda le hace el pueblo irlandés a los varios centenares de ahogados de las tres naos que naufragaron, cuando la Armada Invencible. Un barco de guerra español acude a la cita, y lleva una corona de flores para aquellos héroes que había ido a luchar contra el enemigo máximo de la Verde Erín. Un cortejo de oficiales de la Marina Española desembarca y, acompañados de la población irlandesa, todos, tras una añorante gaita, ascienden hasta la colina donde un sencillo, y expresivo monumento, memora a los ahogados. Otras veces, mil cruces sobre la cercana playa dan testimonio de aquellos soldados embarcados que dieron su vida por la causa que se les pidió.

Y podríamos seguir también por aquellos del Fuerte de Baler, en Filipinas, que resistieron ocho meses luego del final de la guerra de emancipación del archipiélago del Pacífico, al extremo oriente nuestro. También le hacen los nativos, orgullosos como tantos de nosotros, el homenaje requerido ante aquella fidelidad que admiraron y admiran. O los trescientos españoles que detuvieron, en primera línea, a los turcos invasores en Viena, en el XVII.

España ha dejado héroes por todas partes de mundo. Y los sigue dejando. Rechazar el heroísmo es dolosa actitud de falsa modernidad. No es deriva natural el menosprecio del heroísmo. Yo tengo a orgullo que gentes extrañas a nuestra realidad honren a los héroes míos, y de todos. El heroísmo nunca fue temeridad. Fue asunción del propio deber prometido. Y un débito a la honra propia. Ningún héroe quiso morir. Fueron a luchar. Es distinto. La Historia, o algunos historiadores, quieren revisar el heroísmo a partir de su juicio a la causa que servían según quiénes fueran los héroes. Mal servicio a la Historia.

Luchando contra España también hubo héroes. Y haga el listado otro, a quien le honren los tales. El héroe sirve a la patria, que es algo que incluye a las personas, además de todo un sentir integral de la vida. Sin olvidar aquella peste (la peor) que siempre fue verse invadido por un ejército extranjero.

Me gustaría acudir a la costa irlandesa, a Baler, a Viena, a San Agustín, y al sitio donde haya caído el último soldado español de las fuerzas en el exterior españolas. Acudir y rezar una oración sin palabras, sólo sentimiento, por los héroes que dieron la vida por mi patria.