En un mundo que para ella es un paraíso donde se encuentra el azul, su azul sin tiempo y sin palabra, vive ahora la poética de María Teresa Cervantes, quien hace unos días estuvo en Murcia para firmar el libro de su último trabajo poético, Vuelvo a encontrar mi azul, publicado por La Fea Burguesía. Esa tarde, el pasado miércoles, tuvimos una mesa redonda, moderada por la profesora y poeta Charo Guarino, donde estábamos, además, María Teresa, Pedro Alberto Cruz y un servidor, a la que se sumaron varios poetas invitados para que recitaran sus poemas. Lo hicieron, entre otros, el pintor Antonio Soto y el profesor Vicente Cervera. Tuve la oportunidad de charlar largo rato con María Teresa Cervantes, poeta de lo que podría ser la generación de los años 30, con Carmen Conde, María Cegarra o Antonio Oliver.

En aquellos finales sesenta o comienzos de los setenta, cuando la conocí, los poemas que ya conocía de ella me los dejaba el lorquino Juan Guirao, que por entonces se sabía de memoria buena obra de la poeta. Una tarde me fui a Cartagena a conocerla y hablamos. Ella había estado en París y tenía que volver a dar sus clases, y ya tenía pensado ir a Alemania. Era una mujer decidida, con un verbo muy fluido y ya conocida entre los poetas españoles, no en vano tiene María Teresa veinte libros publicados, desde el primero, de 1954, hasta el último acabo de decir, de 2017. Maestra y diplomada en estudios franceses en la Alianza Francesa, así como lectora de español en París y profesora de lengua y literatura española en Bonn, María Teresa Cervantes es pintora y poeta, y su obra está incluida en antologías poéticas importantes, ha sido traducida al alemán, siendo fundadora en Cartagena de la revista de poesía Titiro canta.

Han pasado los años, y María Teresa ya no es aquella muchacha que guardaba secretos al fondo del armario, pero hablando con ella y leyendo su último libro puedo percibir que aceptó la derrota que la vida la impuso, pero está viva. Viva. Viva para ver la ternura en los ojos de alguien, los ojos de ternura ante el frío del mundo: «Necesito ir al Rhin para verte en su orilla. / Más arriba el silencio que atravieso? / Quiero volver a ser lo que yo era /en mis días de entonces, / sin esta grave sombra de una edad /que ya no se detiene y causa escalofrío».

«Hoy comienzo a vivir /como si fuera ayer./ Quiero volver de nuevo hacia las cosas, / al nordeste de cada amanecer.». Y cuando alguien le dijo que mañana llovería, se empeñó en salir y la lluvia, en su fondo, inundó su palabra. Así es María Teresa, aunque no son aquellos años como estos años; la diferencia está en que ahora se percibe en un nuevo paraíso donde espera una voz oculta que le llame en el silencio.

La joven que fue, al decir de su poesía, siguió siempre esperando delante de una puerta. Así, su poesía, llena de metáforas, coincide en el tiempo para llamarse de la misma manera sobre la piedra muda, sobre el silencio intacto de la noche.

Bienvenida a Murcia, María Teresa Cervantes, tal vez la poeta con más vigor y vida que hemos registrado entre nuestras personas queridas y respetadas. Mientras hoy, ella, relee una carta que huele a ceniza. Debe ser el tiempo que, para ella, hace hoy. Un tiempo de ceniza, como para muchos de aquel rincón de la poesía que estimamos que la vida no pasa en balde y hemos hecho de la fugacidad una poética también, para que un día no nos sorprenda aún más. Ya todo es diferente, la vida también: «Ya todo es diferente, hasta el miedo de entonces. / El corazón sereno, abierto a la palabra / en las aguas de un río que cruza mi memoria, / atravesando el tiempo y las heridas:/ las cosas que ya nunca pudieron ser escritas. /Caminar noche a noche. / El ensueño persiste entre hojas muy bellas / que aplastará el olvido».