En la década de los 60 y 70 se produjo una transformación en muchos países, una transformación auspiciada por la juventud, de la cual París fue centro y Mayo del 68, escaparate. Al hablar de Mayo del 68 se suele hablar de revolución, pero una revolución supone un cambio profundo a todos los niveles, y esto no se dio. Lo que sí tuvo lugar fue una honda transformación, sobre todo en materia de costumbres sexuales. Se trataba de salir de los modelos tradicionales, se reaccionaba en contra del puritanismo y se abogaba por un tipo de relaciones más desinhibidas. Pero desinhibición e igualdad no son una misma cosa, aunque frecuentemente se confundan cuando se habla de esta época. Por este motivo cincuenta años después nos preguntamos si fue realmente la revolución sexual de mayo del 68 una revolución también para las mujeres heterosexuales.

Si bien es cierto que en el movimiento francés de Mayo del 68 se pusieron las bases para la lucha feminista, este periodo no fue en sí mismo especialmente feminista. Eran, de nuevo y como siempre, hombres quienes ocupaban los puestos de liderazgo. Dice el historiador Philippe Artières: «En Francia no hubo una liberación sexual en 1968, era una sociedad extremadamente machista, en la que se esperaba que las chicas prepararan los sandwiches mientras los chicos protestaban». Opinión compartida por los estudiantes franceses integrantes del movimiento Nuit Debout para quienes el libertarismo de los soixante-huitards nunca fue 'fundamentalmente feminista'. Las mujeres fueron 'relegadas a un segundo (o tercer) plano', incluso aquellas que hoy se han convertido en símbolos de la época.

Todo esto nos lleva a cuestionarnos si realmente fue la misma revolución sexual para hombres y para mujeres. Hemos de tener en cuenta que a los hombres el patriarcado les ha reservado siempre un estatus sexual privilegiado. Mientras que los chicos de Mayo del 68 poseían multitud de modelos para el tipo de sexualidad abierta y desinhibida que perseguían (Casanova, Don Juan, el soltero de oro, el señorito tarambana, el marinero con un amor en cada puerto?) todos ellos tolerados socialmente. Las chicas carecían por completo de modelo porque hasta ese momento el deseo había sido un privilegio de los hombres, y un elemento del que las mujeres debían carecer. Según Laura Freixas, se sentía rabia contra el modelo de mujer romántica y vulnerable; había que liberarse de la represión y esto trajo, en palabras de la escritora, «mucho sexo pero poco erotismo». El ejemplo que se siguió en Mayo del 68 fue el masculino, el de la promiscuidad y lo intercambiable:

La cantidad de encuentros o de parejas sexuales primaba sobre la calidad.

Puesto que veníamos de una época en que el único sexo permitido era el de la pareja casada, con toda su carga de amor romántico, se tendió luego a suprimir de las relaciones todo sentimiento.

Las mujeres seguimos siendo tratadas como objetos, objetos en este caso activos sexualmente, pero objetos.

La reclamación del derecho a la píldora, a métodos contraceptivos y al aborto, evidentemente imprescindibles, aluden a un tipo de sexualidad coital donde la responsabilidad ante un embarazo no deseado recaía enteramente sobre las mujeres.

Todo planteamiento de un tipo de sexualidad destinado a satisfacer las necesidades sexuales de la mujer quedó fuera del discurso.

La relación de poder en la pareja estaba muy lejos de ser paritaria (tomemos como ejemplo películas de culto en la época como El último tango en París o Belle de jour).

¿Era ese nuestro modelo?

Teníamos compañeros revolucionarios que nos tocaban el culo y nos manoseaban. Nosotras no queríamos esos manoseos, pero no protestábamos porque lo peor que se te podía llamar era puritana.

Teníamos amigos con los que nos acostábamos y al día siguiente rechazaban darnos un abrazo porque, tía, no te enamores. Y nosotras no teníamos intención de enamorarnos pero tampoco queríamos ser tratadas como un mero juguete erótico. Te podías tomar un café con un amigo y si no se despedía al irse, te enfadabas, sin embargo en la cama pasábamos por alto faltas de respeto mucho mayores. Y nos callábamos porque no podías correr el riesgo de que te llamaran mojigata.

Teníamos compañeros de cama que nos acusaban de no estar liberadas (oh, era lo peor) si no accedíamos a determinadas prácticas o si no nos poníamos de acuerdo sobre la cantidad de gente que debía haber en la cama.

Nos dejábamos llevar a encuentros sexuales no especialmente atractivos, cruzábamos la calle a ciegas con el primero que nos daba la mano. Y no era lo que deseábamos expresamente, pero no decíamos nada porque lo que molaba era acumular encuentros sexuales.

Tu pareja podía ligar con otra delante de ti y tenía que parecerte bien porque eso era lo revolucionario. Ciertos sentimientos pertenecían a una retórica tradicional. Y tú no podías no seguir el decálogo de la buena revolucionaria y pasar por una burguesa.

En la cama primaba el coito y nosotras queríamos, además, otras cosas, no sólo coito. Pero el pacto de poder en la cama estaba tremendamente desequilibrado. Transigíamos no fuera a enfadarse el muchacho, porque se seguía dando prioridad en las mujeres al éxito sentimental frente al profesional. Y seguíamos sin decir nada porque no podíamos arriesgarnos a quedarnos solas.

En resumen, pasamos de una época en que las mujeres no debíamos desear tener sexo a otra en que las mujeres DEBÍAMOS desear tener sexo, pero ambos mandatos venía desde fuera, desde el patriarcado.

La libertad supone decir sí cuando quieres decir sí y decir no cuando quieres decir no. Todo indica que Mayo del 68 se construyó también sobre los sólidos cimientos del patriarcado y aunque hemos dado pasos de gigante en ciertos temas, en otros ámbitos nos encontramos tan atrás que aún estamos luchando por definir lo que es consentimiento (sirva como ejemplo la campaña 'no es no'). Ciertas ideas se convirtieron en dogma pero la autonomía y la libertad sólo se conquistan por fuera de los dictados.