LA OPINIÓN ha cumplido treinta años en Murcia y acredita sus méritos periodísticos. Cierto es que hay cabeceras que pueden presumir de más longevas y rotativas de más tirada, pero ello no resta méritos a este diario que mantiene su edición impresa cual heroicidad frente al mundo digital, ante el cual los gigantes de la comunicación anuncian ya su rendición en exclusiva. Imagínate, amable lector, el café matinal sin un solo periódico que puedas ojear. ¡Qué frío será el mundo sin papel! Parapeto de ciclistas, abrigo de mendigos, alumbrador de hogueras donde se cultiva la amistad y fuegos de amores perdidos. En la sociedad sin papel, será mucho más fácil saber lo que piensas, lo que lees, incluso aquello en lo que crees, el afán constante de los tiranos pasados y futuros.

Reconocido el mérito que tú acrecientas pasando estas páginas, hay que otorgarlo también a quienes las elaboran. En la actualidad, la relación entre redactor y lector es sinalagmática, pues a través de las redes sociales se establece un fecundo intercambio de información. El nombre de esta cabecera tiene mucho que ver con lo que aquí encuentras, un crisol de colaboradores de diversa procedencia, ideas y ciencia que todos los días sometemos a tu juicio. Tal es la cercanía, que me he permitido apear el tratamiento y conversar contigo en un tono amable, pues compartes tu café con mi lectura; incluso me has hecho llegar tus comentarios a través de la telaraña de la globalización, de forma que este aprendiz de plumilla ya no sigue un monólogo discurso, sino un diálogo ubérrimo de ideas y pareceres. La Historia del pensamiento es un continuo contra-pensar, decía Rodrigo Fernández-Carvajal, emérito profesor de conocimiento enciclopédico que paciente compartía con bisoños alumnos.

No todos los flujos de información son fecundos, pues tiempos vivimos en los que parece cuestionarse hasta la ley de la gravedad. Verbigracia, unos científicos chinos han podido calcular la constante gravitacional universal con mayor precisión que Cavendish, ínterin en España nos mofamos de los títulos universitarios. Los másteres regalados han dado pie a dudar de los doctorados y, por ende, de cualquier titulación que la universidad derrame, más como madre ubérrima que como alma máter. Empero, la duda no es la del método cartesiano, que siempre indaga la verdad, sino la que nace de la eterna confrontación del bien y el mal en la guerra de trincheras política. Mucho hay que depurar en la universidad española, donde se alternan las luces con las sombras, mas ante el Sanedrín del Conocimiento, como Kafka 'Ante la Ley', ha de saberse quién es el guardián que custodia sus puertas y quién puede traspasarlas.

Doctor es a sabio lo que docente es a maestro, pues ambas comparten raíz etimológica con docencia; mas hoy los inmorales nos han igualao y ya es lo mismo un burro con un gran profesor, que decía Santos Discépolo en su profetizador Cambalache. Y si bien ninguna universidad garantiza la sabiduría (como reza el celebérrimo lema quod natura non dat, Salamantica non praesta), es bien cierto que para llegar a doctor hay que elevar el pensamiento propio entre otros que investigaron antes. De justicia es que quien anduvo por las mismas veredas del saber sea mencionado por quien escudriña nuevos caminos. Nada hubiera sido de Stanley sin Livingston, pues las fuentes del Nilo no mostraron su evidencia manantial al primer explorador que las buscara, por más que nunca su lugar movieran. En la Historia de la Humanidad, nada se progresa sin partir de los logros de otros, que la originalidad es en verdad un mito contemporáneo. Precisamente, objetar que una tesis ha cometido autoplagio no llega a pecado venial, pues ni jurídica ni semánticamente es posible tamaño desatino: ¡copiarse a sí mismo! ¿Qué es aquesto? ¿Podrá uno mantener las mismas ideas sin ser plagio o ha de ser su pensamiento tornadizo en cada ocasión que resuelva el mismo problema?

Albert Rivera denuncia la infracción del método universitario, mas no es sino taimada impostura de quien busca la refriega y no la verdad. Que hay textos sin cita en la tesis doctoral del presidente pudiera ser más allá del desliz o la errata, mas si es plagio debe ser un tribunal quien lo condene y no el diario que sostiene sin enmienda unas reglas de praxis que no son norma jurídica, por más que parezca el abc de la investigación. Grave será si el presidente plagió, mas el debate parlamentario ha de ser de mayor calado y sería de agradecer que versara sobre política y no sobre pendencias callejeras que desacreditan a la universidad sin posibilidad de reformar sus faltas, que haberlas, como las meigas, haylas.

Es más que probable que la tesis del presidente no aporte gran cosa a la Ciencia Económica, mas todo el que quiere sabe que no se barema igual al doctor en su cátedra que a quien sólo pretende del título un buen traje para su percha. Tal vez debiera debatirse si conviene en esta España de charanga y pandereta que abramos las puertas a la universidad privada, no la del prestigio y la sabiduría, sino la de los títulos impresos en offset, tan hueros en aquellos como onerosos en sus tasas. Preguntémonos si nos merece la pena depauperar nuestra universidad pública para encumbrar falsos apóstoles de la Ciencia. Denostemos los inventos de instituciones para certificar la calidad, cuando no hay ninguna para garantizarla. Tal vez sea porque la autoridad no se reparte, ni se imparte ni se otorga. La auctoritas, como saber socialmente reconocido, sólo la tiene quien la gana. Cuestión de respeto, de la que sabían los romanos mucho antes de que hayamos malgastado dos milenios en ignorarla. Hay quien habla engoladamente de la excelencia, mas no basta con predicarla de sí mismo, pues ello no es prueba de su posesión. Dicho en román paladino: aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

¡Albricias! Quedémonos, pues, con el doctorado de LA OPINIÓN.