Pablo Casado estaba exultante. Sus amigos también. Exigieron incluso que fuera repuesto en su honor. Por su parte, anda diciendo que «no todos somos iguales». Su comparativo es la exministra Carmen Montón. No comprendo a las personas como Casado. El honor tiene que ver con que no te haya pasado nunca en la vida algo así como lo que le ha ocurrido a él: que deje de investigarle el Tribunal Supremo porque el presunto delito ha prescrito. El honor no se gana al librarse uno por los pelos de una imputación, sino por llevar una vida limpia a la vista de todos. No se trata del valor que se le supone al soldado que no ha entrado en combate. No es una condición neutra, presumible. Es una cualidad positiva, incompatible entre otras cosas con tener tratos con Enrique Álvarez Conde, un tipo que, tras incontables fechorías, se ha gastado unos 100.ooo euros de dinero público por la cara.

Casado puso la guinda este pasado sábado en Valencia afirmando lo siguiente: «Dije que no iba a defraudar y el tiempo nos está dando la razón». Resulta evidente el tono de alivio de Casado. No defraudar es para él no ser imputado. ¿A qué punto se ha llegado para que no ir ante el juez por chiripa se identifique con no defraudar? ¿Y en qué nivel de descaro nos hemos instalado para decir públicamente este tipo de cosas al electorado? En estas condiciones no es de extrañar que Casado y los suyos se arremolinaran alrededor de la intervención de José María Aznar en el Congreso, cuyo sentido último era que él jamás había sido imputado. Estos personajes nos quieren acostumbrar a pensar que ser presuntamente inocentes es el principal mérito de un político. Esta forma minimalista de comprender la democracia es inaceptable.

Lo más cuestionable de estas conductas es que de ellas no se deriva una valoración diferente de la universidad. Casado defiende que ha cumplido con la ley, pero en modo alguno demuestra, por su proceder general, que tenga respeto alguno por la universidad. Sólo se acordó de ella para hacer trampas, y eso para mí es suficiente, aunque al parecer nunca podremos saber si cometió un delito. Tras haber escapado por los pelos de ser juzgado, no vemos que tenga una palabra acerca de cómo debe ser la universidad y mucho menos de cómo debe mejorarse. Sólo un país atrasado permitiría que sus líderes tuvieran este tipo de contacto con la universidad. Si hubiera dado a conocer sus puntos de vista sobre esta institución decisiva de una sociedad moderna, estaría en condiciones de ser más persuasivo a la hora de hacernos creer que ha jugado limpio. Entonces sentirían algo de vergüenza de decir lo que ahora dicen.

Con esta confusión mental, que revela una comprensión de mínimos de lo que es un país moderno, es lógico que la ciudadanía no acabe de ver claro a Casado. Según adelantaba este domingo pasado una encuesta de LA OPINIÓN, «Casado no cala en el electorado de centroderecha». El resultado más importante de la encuesta es que sólo el 34% de los votantes del PP valora con un 'bien' el comportamiento de Casado en estos dos meses de liderazgo. Sólo ese mismo porcentaje cree que ahora el PP tiene más posibilidades mejorar que con Mariano Rajoy. Tal como están las cosas, esta es una mala noticia para Casado. Ahora podemos explicarnos su euforia por no ser imputado. Sabía que estaba al límite.

Podemos suponer que la encuesta es prematura, que no da suficiente tiempo a Casado, o que incluso se hizo antes de que el fiscal viera innecesaria su investigación. Pero creo que es una encuesta que cuadra con un hecho político elemental. Ese 34% de apoyo es la fuerza real de Casado. Reúne a los que lo votaron en primera vuelta y a las gentes que están cerca de los notables que le dieron la mayoría en la segunda vuelta, ya en el congreso. Pero revela la debilidad de una primarias falsas que se resolvieron con un acuerdo de notables, regido por la común indisposición hacia la candidata mayoritaria. Si Casado cree que con este tipo de operaciones uno logra ganarse el respeto de los electores y los militantes, anda muy equivocado. La heterogeneidad de principio de las primarias del PP es una mina de explosión retardada que no perdonará el menor error a Casado. Y su cercanía a Aznar es un gran error, porque el expresidente, por mucho que se le intente devolver el aura de gobernante poniéndolo al lado de Felipe González, es un eco desfigurado, una figura pintoresca y excéntrica sin calado entre el electorado.

Pero Casado no sólo no produce confianza en la mayoría de sus votantes. Por supuesto, es todavía más rechazado que Rajoy por los votantes de los demás partidos. Lo más significativo en este sentido es el resultado que obtiene de los votantes de Ciudadanos. Sabemos muy bien que el futuro será de Gobiernos de coalición. Tan importante como alcanzar la confianza de tus propios votantes es hacer creer a los votantes de tus socios que tienes posibilidades de ganar. Pues bien, sólo el 20% de los votantes de Albert Rivera lo ven así. Y eso es una noticia letal. De todas maneras, del público en general sólo lo aprueba uno de cada diez, y creo que este estado de opinión coincide con el tono general de las respuestas: sugieren el tono mediocre del nuevo dirigente y de su equipo.

Sin embargo, hay algo todavía más significativo en la encuesta que el que el 56% de los votantes del PP no lo vea claro con Casado. Y no me refiero al hecho, igualmente sorprendente, de que Casado no inspire ahora más confianza a los votantes de centro (54,8%), y que tampoco produzca entusiasmo entre los que se consideran más de derechas (47,9%). Estas cifras muestra el perfil híbrido de Casado: demasiado Vox para los centristas y demasiado blando para los Vox. Así las cosas, es un candidato mucho peor que Soraya Sáenz de Santamaría, cuyo perfil de centro recogía una franja nítida de electorado. Pero como he adelantado, lo más sorprendente no está ahí. Está en el hecho de que el 82% de los encuestados cree que Casado debe publicar su Trabajo de Fin de Máster, condición clave para que, en efecto, el título tenga valor legal.

Con esta cantidad de opinión favorable a consultar su TFM y hacer buena la condición de públicos que tienen estos trabajos, es obvio que ese porcentaje incluye no sólo a votantes del PP, sino de los restantes partidos. Esto una vez más confirma la idea de que el tipo de primarias que llevó a cabo el PP no puede sino forjar un líder de barro. Primero, porque el grado de participación fue de tal índole minoritaria, que ya hacía entender que muchísimos militantes no veían clara ninguna opción. Segundo, porque no hay relación clara entre el voto popular y el voto congresual. En estas condiciones, Casado no tiene fuerzas propias claras, ni una legitimidad de base transparente.

Esta encuesta parece revelar algo que el PP estaba muy interesado en ocultar. Que los notables, cuando hacen sus arreglos, no arrastran de forma clara a los colectivos que creen controlar. Así, es lógico que Casado esté eufórico por no ser imputado.

Con eso revela que comparte lo que es un evidente: que no tiene margen para el menor error. Que tenga que comerse a Isabel Bonig no es sino otra prueba más de su debilidad. Como su exaltada euforia. Es comprensible que un condenado a muerte se sienta eufórico por no ver la guillotina sobre su cabeza. Pero de ahí a triunfar en la vida fuera del corredor de la muerte, eso es otra historia.