Los forofos de los coches llevan años campando a sus anchas por la ciudad de Murcia. No hay nadie que les tosa ni que ponga freno a sus máquinas contaminantes y muy poco solidarias en un mundo cambiante donde la ecología y la sostenibilidad son las dos únicas curas para el futuro del planeta. Y no es que lo vayan ellos proclamando a los cuatro vientos, como si se tratara del ´camión del tapicero´ o del ´coche de los muertos´ que, con su soniquete y repetitiva canción, se hacen oír.

Su polución y su contaminación acústica le está pasando factura a la capital de la Región, donde cada vez es más castigador la presencia de los coches, que atascan en horas punta los accesos a la ciudad y los céntricos lugares de una ciudad que aún no está pensada ni para las bicis ni para los peatones. Nada impide su paso en una conjunción perfecta con el ayuntamiento capitalino, que también parece haberse contagiado de esa fascinación por la automoción.

Todo esa abducción por parte del motor contaminante se ha notado en la Semana de la Movilidad, que se ha celebrado en Murcia del 16 al 23 de septiembre, que ha pasado por la vida de los ciudadanos sin pena ni gloria. Lejos quedan esos años en los que los políticos de este municipio se atrevieron a apuntarse a aquello de ´un día sin coches´, en el que se cerraron espacios al tráfico de vehículos y se invitó a la población a utilizar el transporte público u otros medios de locomoción no contaminantes y más pacificados.

Ahora, la Semana de la Movilidad se ha convertido en una sucesión de actividades al aire libre con el objetivo de divertir a pequeños y adultos sin que ninguno de ellos haga sacrificio alguno. Renunciar al coche en nuestros desplazamientos supone, en los primeros momentos, muchas molestias y un esfuerzo suplementario a la ya estresada vida que llevan los ciudadanos de cualquier urbe occidental.

Sin embargo, el papel de las administraciones es precisamente ese, hacer pedagogía del esfuerzo con los administrados para que algún día lleguen a darse cuenta de que vivir en comunidad supone hacer sacrificios por ese bien común, que en este caso es el medio ambiente y una vida más natural. De nada vale llenar la ciudad de carriles bici si no se ha generado en la colectividad ese sentimiento de renuncia a la comodidad en pos de la colectividad, y de nada vale llevar a cabo actividades de patinaje o arreglo de bicis si éstas no se ven como un medio de transporte alternativo.

Apostar por la peatonalización de los espacios y empezar a inculcar desde la escuela y la familia la movilidad sostenible son otras de las herramientas que se deberían de emplear si se quiere que el día de mañana la capital de la Región sea contemplada como una ciudad moderna y atrayente. Nadie querrá residir en una población en la que los coches lo han invadido todo y cada vez hay más polución. El casco urbano de la capital debe reaccionar, al igual que pedanías que ya van camino de convertirse en ciudades, que no deben mirar en el espejo de esa urbe fascinada por la automoción. Por nadie pase.