29 de AGOSTO

Carol y Thomas Lenagan. En 1984 viví durante un mes con Carol y Thomas Lenagan en su casa de la calle Gilmour, en Edimburgo; ella era ama de casa y él profesor de matemáticas. Sin previo aviso (ni siquiera tenía la certeza de que estuviesen vivos) los visitamos hoy a media mañana. A pesar de haber transcurrido 34 años, una asombrada Carol recuerda mi nombre de pila y mi ciudad natal nada más verme. Tomamos café y galletas de mantequilla en su salón. Thomas (el pelo y la barba muy blancos) se ha transformado en el Richard Attenborough de Parque Jurásico. Las pequeñas Fiona y Lizzy, que hoy rondarán los cuarenta, ya no viven con ellos.

La casa está llena de libros. Carol, como mi madre, es lectora asidua de novelas policíacas, en particular de las escritas por el escocés Ian Rankin. Me lleva a visitar la planta alta, donde me alojé. Han cambiado la enorme bañera victoriana del cuarto de baño por otra convencional, y han hecho desaparecer el peculiar rojo escarlata de las paredes. En la cocina no cuelgan ya las fotografías que la pareja se hizo en Utah. Lástima, porque esas fotos, que se quedaron grabadas en mi cerebro, constituyeron en buena medida el germen del viaje que (veintiséis años después) acabaríamos haciendo en familia a través de Estados Unidos.

30 de AGOSTO

El Muro de Adriano. En el año 122, el emperador Adriano ordenó construir una muralla defensiva de una costa a otra, entre las actuales Carlisle y Newcastle upon Tyne, para aislar el imperio romano de la barbarie de los pictos (a quienes se llamó así por llevar el cuerpo pintado). Cada cien años, con una cadencia casi matemática, las tribus pictas concentraban sus fuerzas para rebasar la muralla y los romanos se veían obligados a reconstruirla. Así, hasta que en 383 (ya en plena decadencia del imperio) la abandonaron a su suerte. Desde entonces, sus piedras han sido empleadas por los lugareños para construir casas, cercas e iglesias. Lo que queda hoy de los 140 kilómetros del Muro de Adriano no transcurre por Escocia, sino por territorio inglés, buena parte por la Nortumbria cantada por Borges. De los fuertes y fortines que lo salpicaban sólo quedan los cimientos. Uno de los lugares donde mejor se conserva el muro es Steel Rigg, conjunto de riscos con espléndidas vistas a un lago llamado, precisamente, de los Riscos (Crag Lough). El paseo es soberbio aunque, debido a los fuertes desniveles que es preciso salvar, resulta agotador.

31 de AGOSTO

Alegre trayecto. En la zona libre de impuestos del aeropuerto de Newcastle hay una gran taberna donde numerosos ingleses (mujeres y hombres) se atizan las jarras de cerveza de dos en dos, como si se hallaran en una fiesta y no esperando para embarcar. Somos los únicos españoles de este avión que vuela hacia Alicante con doscientos pasajeros a bordo. En los asientos que quedan a nuestras espaldas los más alborotadores gritan y ríen como si se hallaran en la parte trasera de un autobús escolar. Los tres tipos que hay a mi derecha engullen cada uno cuatro botellitas de whisky en lo que dura el trayecto.

2 de SEPTIEMBRE

Regreso al sol. Es domingo y salgo a caminar por la huerta del Segura. Veo mirlos, palmeras, cipreses, campos de alfalfa, sierras ásperas y resecas que se recortan contra el horizonte. Escucho a mi paso el rumor de las acequias, el zureo de las tórtolas, ladridos de perros guardianes, golpes de azada. Las nueces, las granadas y las mandarinas aún se mantienen verdes en sus ramas, pero los higos han empezado ya a madurar. Mientras saboreo uno de ellos, siento que he regresado a la patria, al hogar. Camino junto a unos cañaverales, buscando la sombra que proyectan para huir de este sol abrasador que denodadamente persiguen los ingleses.

13 de SEPTIEMBRE

La Fiesta de LA OPINIÓN. Algún día no muy lejano haré cola para facturar mi maleta en una de estas ventanillas, o subiré por las escaleras mecánicas que se levantan al fondo buscando quién sabe qué. Pero eso no será hoy, pese a que la terminal de este aeropuerto fantasma (el de Corvera) esté abarrotada de gente. No será hoy porque el aeropuerto aún no ha sido inaugurado y porque las personas que se agolpan en la terminal no son viajeros que vuelen hacia un destino imaginario, sino los asistentes a los fastos del trigésimo aniversario del diario LA OPINIÓN.

No esperaba que acudiera el who is who de la Región de Murcia y lamento haber dejado la chaqueta en casa (por suerte, descarté a última hora las sandalias). Teresa y yo hemos venido con Paco López Mengual y su mujer, María José Pujante. Nada más entrar nos encontramos con Francisco Oñate, quien dice preferir su coche para ir a las sesiones del Senado en Madrid, y cree que los primeros aviones despegarán de aquí el próximo enero. El senador, al que conocemos desde hace tiempo, es sólo el primero de una vasta grey de políticos que incluye al ministro de Fomento, al presidente regional y al alcalde de la Murcia presente.

Muchos trajes y corbatas. Por suerte, los artistas (hay demasiados para citarlos) suelen vestir de manera más informal. Mientras se suceden los discursos, me pregunto si los barriles que esperan pacientemente junto a los mostradores de facturación contendrán cerveza suficiente para saciar tantas gargantas. Hablo con algunos de mis vecinos en estas páginas, como Pedro Pujante, José Antonio Molina, Juanjo Lara, Antonio Ubero, Paco Giménez Gracia o Antonio Balsalobre.

Mi amiga Concha Peñafiel me dijo una vez que las dos secciones que leía primero de LA OPINIÓN dominical eran la mía y la de Enrique Nieto, Apuntes del natural. Desde entonces la sigo; uno de los recursos que compartimos es reproducir conversaciones recogidas en la calle o en los bares. Reconozco a Enrique Nieto entre la multitud y me presento. Es más corpulento de lo que pensaba. Hablamos del oficio de columnista. También de mi viaje a las Highlands; dice que, junto a Egipto, es uno de sus destinos preferidos. Luego, busco a Ángel Montiel para saludarle, pero parece como si se hubiera esfumado.