Qué escándalo, aquí se fuma. En los últimos meses estamos descubriendo el fraude de los másteres y la inanidad de las tesis doctorales, formalismos con los que se construyen currículos en tiempos en los que, como aseguraba el catedrático Andrés Pedreño en una entrevista a este periódico, los títulos no sirven para mucho si no van acompañados de lo que la nueva sociedad demanda, que no es otra cosa que talento.

Estamos con Casado, Pedro Sánchez y el resto de la patulea evidentemente privilegiada, pero antes de que este fraude aflorara, tuvimos en la Región un ejemplo más próximo de cómo los políticos se han procurado un nido legal desde el que prosperar sin mérito respecto al resto de los mortales. El caso Miguel Ángel Cámara.

El que fuera alcalde de Murcia durante veinte años consecutivos con dedicación plena salió del cargo en dirección a su plaza de profesor en la Universidad de Murcia y al poco fue investido catedrático de su especialidad no tanto por la gracia de Dios como por las normas chiringuiteras dictadas ad hoc por los políticos para los políticos. Ocurre que una tan prolongada excedencia (veinte años) no atañe a los quinquenios que hay que sumar con clases presenciales para adquirir la condición de catedrático, pero esto sólo en el caso de la dedicación a la política. Un privilegio, uno más, de los que se ha provisto la clase y que pasan desapercibidos para el común.

Como el beneficio atañe a los miembros de la comunidad universitaria que adquieren cargos en cualesquiera de los partidos, que nadie espere una iniciativa legislativa para acabar con estos chollos. Es la famosa omertá. La lógica indica que un profesor universitario que ha estado ausente de la actividad académica durante dos décadas, en realidad debería matricularse en un curso de un año, como poco, en clases de reciclaje, pues se supone que sus conocimientos habrán quedado obsoletos; sin embargo, se les hace catedráticos frente a quienes han estado cada día al pie del cañón, adquieriendo e impartiendo formación y acumulando auténticos méritos, con sueldos más escasos que los que proporciona la política, obligados a usar los cajeros automáticos para disponer de recursos líquidos para sus gastos.

El alcalde Cámara tenía, como digo, dedicación plena, era además secretario general del PP, presidente de la Federación de Municipios, miembro de diversos Consejos de Administración de empresas públicas (de los que pagan por asistencia, de modo que no podía faltar), viajero constante con la fundación Murcia Futuro (de guaguy, claro) y gimnasta aplicado durante varias horas cada tarde de cada día. Puede que ninguna de esas tareas, salvo la de cobrar de los Consejos, apuntarse a los viajes y corretear por las calles de Murcia, la llevara a cabo con la necesaria diligencia, a juzgar por el resultado de sus gestión pública, pero lo veíamos por el Ayuntamiento, o sea, que a los cargos les dedicaba tiempo, aunque quede la duda de si inteligencia y esfuerzo. Por tanto¿cuántas horas se ocupaba en la investigación para la obtención de sexenios que firmaba junto a otra persona, que tal vez, hay que suponer, estaría más desprovista de tareas ajenas a ese empeño? ¿Y si esas investigaciones, en vez de dos firmantes, hubieran contado con cinco, habrían servido para añadir méritos académicos a esos cinco?

Chollos. Legales, claro, pero chollos.