Llego con prisas a la hora de comer y abro el buzón. Entre un fajo de sobres con facturas me encuentro uno con el membrete de Hacienda y, claro, me mosqueo. La carta va a nombre de mi esposo, pero está claro que sea cual sea su contenido me va a afectar a mí tanto como a él, así que me concedo a mí misma el derecho a chafardear y la abro mientras subo en el ascensor, a sabiendas de que las leyes protegen la intimidad postal. Resulta que es del Catastro.

Nos informa de la revisión del valor catastral de nuestra casa, algo que esperábamos, aunque siempre produce una inevitable inquietud. Pero lo que más me inquieta es descubrir que he tenido que cometer una ilegalidad para saber algo que me concierne a mí tanto como al titular de la carta. Dudo de que el Código Penal al regular la inviolabilidad del correo haya tenido en cuenta esta circunstancia. No pretendo que el Catastro duplique el gasto de papel ni que me mande a mí otra carta con la misma información, pero no le costaría mucho poner también el nombre de las copropietarias de las viviendas en el mismo sobre para evitar que ellas tengan que elegir entre transgredir el Código Penal o esperar a que el destinatario oficial, es decir, su cónyuge, les dé permiso para leer la carta o les cuente su contenido.

Nunca me he apuntado a las reivindicaciones feministas que pretenden retorcer el lenguaje para dar visibilidad a las mujeres, porque me preocupa más el reconocimiento de los derechos en la vida real. Y entiendo que en este caso se trata de una notificación oficial en la que no es posible ignorar a una de las partes.

Sin embargo, el día que tomó posesión el nuevo Gobierno disfruté escuchando hablar del ´Consejo de Ministros y Ministras´ a las mujeres que entraban a formar parte del primer equipo con mayoría femenina, consciente de que asistía a un acontecimiento histórico. En aquel caso sí me parecía que el desdoblamiento del término en masculino y femenino tenía el poder de materializar el ascenso a una de las más altas instituciones del Estado, como si la equiparación lingüística que encerraba aquella fórmula no resultara una redundancia.

Ahora me pregunto si a las ministras que tengan una casa en gananciales con su consorte el Catastro también les habrá escrito para comunicarles la valoración de su propiedad o si también habrán tenido que chafardear para enterarse de la nueva tasación. Y si han encontrado en el buzón la carta de Hacienda, tal vez la habrán abierto, tal y como abren quizás las cartas de los bancos, aunque tampoco vayan a su nombre.

Hace años era normal que las entidades financieras pusieran como destinatarios de sus envíos a los dos cónyuges cuando eran titulares de una cuenta conjunta. Sin embargo, el banco en el que tengo mi nómina ahora solo me escribe a mí expresamente cuando quiere venderme un seguro o pretende que me haga un plan de pensiones. Mientras tanto, la Agencia Tributaria es la única institución que se molesta en escribir a todos sus parroquianos y parroquianas de forma individualizada.